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Ayer, mientras yo esperaba el turno en la peluquería, una señora de la tercera edad casi le gritó a un serio y atento adolescente: “Ay, hijo, ahora, antes de quejarnos por no tener para comer, pasamos el día preguntándonos cuál animalito salió, que si el caballo, el león o la paloma, ¡a lo que hemos llegado!”.
Dalal El Laden | www.dalalelladen.blogspot.com / ladendalal@hotmail.com

20 Nov, 2017 | Porlamar, 10 de octubre de 2017.

Ayer, mientras yo esperaba el turno en la peluquería, una señora de la tercera edad casi le gritó a un serio y atento adolescente: “Ay, hijo, ahora, antes de quejarnos por no tener para comer, pasamos el día preguntándonos cuál animalito salió, que si el caballo, el león o la paloma, ¡a lo que hemos llegado!”.

Hoy, mientras espero mi turno en el Banco, un sociable y simpático veinteañero grita: “Antes eran los caballos, ¡ahora son los animalitos!”. Abro mi libro. Releo:
“Como todos los hombres de Babilonia, he sido (…) esclavo (…) Durante un año de la luna, he sido declarado invisible: gritaba y no me respondían, robaba el pan y no me decapitaban (…) Debo esa variedad casi atroz a una institución que otras repúblicas ignoran o que obra en ellas de un modo imperfecto y secreto: la lotería. No he indagado su historia; sé que los magos no logran ponerse de acuerdo; sé de sus poderosos propósitos lo que puede saber de la luna el hombre no versado en astrología. Soy de un país vertiginoso donde la lotería es parte principal de la realidad (…) Mi padre refería que antiguamente (…) la lotería en Babilonia era un juego de carácter plebeyo (…) En pleno día se verificaba un sorteo: los agraciados recibían, sin otra corroboración del azar, monedas acuñadas de plata (…) Naturalmente, esas ‘loterías’ fracasaron. Su virtud moral era nula.

No se dirigían a todas las facultades del hombre: únicamente a su esperanza”.

Continúa el mismo sociable y ahora preocupado veinteañero: “¡Los animalitos! ¡Vaya distracción! ¡Es un plan para apartarnos de la realidad! ¡Los bancos sin efectivo! ¡Toda esta cola para que me den cinco o diez mil bolos! ¿Qué puedo comprar con eso? ¡Ni un pan!”.

Todos, de todas las edades, repiten lo que acabamos de escuchar, en especial lo último: “¿Qué podemos comprar con cinco o diez mil bolívares?”. “¡Esto es una burla!”, con voz entrecortada, la joven en la fila ya no me da la espalda; me mira a los ojos, se desahoga conmigo. Vuelvo a mi libro:

“El justo anhelo de que todos, pobres y ricos, participasen por igual en la lotería, inspiró una indigna agitación, cuya memoria no han desdibujado los años (…) Combinar las jugadas era difícil; pero hay que recordar que los individuos de la Compañía eran (y son) todopoderosos y astutos (…) Sus pasos, sus manejos, eran secretos. Para indagar las íntimas esperanzas y los íntimos terrores de cada cual, disponían de astrólogos y de espías (…) Por inverosímil que sea, nadie había ensayado hasta entonces una teoría general de los juegos. El babilonio es poco especulativo. Acata los dictámenes del azar, les entrega su vida, su esperanza, su terror pánico, pero no se le ocurre investigar sus leyes laberínticas, ni las esferas giratorias que lo revelan (…) La Compañía, con modestia divina, elude publicidad. Sus agentes, como es natural, son secretos (…) Babilonia no es otra cosa que un infinito juego de azares”.

“¡Esto es una burla!”, la joven sigue desahogándose conmigo; ahora mira al piso, llora…

“¡Tanto esperar para que se vaya la luz!”.

Tomo este cuaderno. Escribo: Diez de octubre. 12:53 p.m. Cincuenta y tres minutos no perdidos en una fila, gracias a Jorge Luis Borges.

“¡A jugar animalitos, jovencitas, jovencitos, señoras y señores!”.




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