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El octavo mandamiento
El peligro que se corre con una mentira, es la bizarra manera que tiene de encumbrarse como una verdad, cuando por efectos de su repetición, llega a asimilarse a su antítesis o antónima, «tanto se repite una mentira que llega a creerse que es verdad», así lo expresaba Joseph Paul Goebbels, ministro de Propaganda e Información de la Alemania nazi, quien haciendo un maléfico uso de su talento de oratoria, favorecía las injusticias de Hitler y a su régimen.
Crisanto Gregorio León | crissantogleon@gmail.com

18 Nov, 2017 | Desconcierta la artimaña que tienen algunas personas para mentir y engañar, distorsionando la realidad en la pragmática de la manipulación, si con ello consiguen lo que quieren. Muchos somos sorprendidos en nuestra buena fe por temerarios actores que la vida nos presenta, cuando nos irrespetan planteándonos situaciones que aparentan ser verosímiles, pero cuya esencia está desnaturalizada y trastocada, a tal punto que desplazando la verdad real, ocupa el lugar de esta y comienza a tener entidad propia, ella es «la mentira», tomada como verdad.

El peligro que se corre con una mentira, es la bizarra manera que tiene de encumbrarse como una verdad, cuando por efectos de su repetición, llega a asimilarse a su antítesis o antónima, «tanto se repite una mentira que llega a creerse que es verdad», así lo expresaba Joseph Paul Goebbels, ministro de Propaganda e Información de la Alemania nazi, quien haciendo un maléfico uso de su talento de oratoria, favorecía las injusticias de Hitler y a su régimen.

Una perogrullada nos advierte que el hombre mentiroso no es de fiar, pues jamás hará honor a la verdad; siempre emitirá criterios, juicios y visiones, total o parcialmente distorsionados, según convenga a sus subterráneas intenciones o según la gravedad de la afección moral que le estimula a variar o aliñar con pizcas de artificios aquella verdad que desea ocultar, y para hacer irrefutable la verdad deformada -que en su médula deja de ser verdad– y la cual quiere transmitir, persigue hacerla irrebatible, por lo que la deja correr como si se tratase de un dogma de fe, por venir de quien viene, así tenga que aderezarle cuantas calamidades o infamias pueda según se trate, pues lo importante para el mentiroso es hacerse creer a costa de lo que sea.

Por lo que, mediante argumentaciones que partiendo de premisas verdaderas o tenidas por tales, desemboca en una conclusión absurda y difícil de refutar.

El mentiroso desarrolla una gama de situaciones que van desde una postura serena que hacen casi imperceptible al autor y a su mentira, hasta una vehemencia de tal magnitud que convence por la presunta fuerza de las palabras y por lo que hace arribar al oyente a la convicción de que es cierto lo que se dice.

Por lo que la mentira comporta inducir a los demás a tener una falsa apreciación de la realidad, llevándolos a creer que lo falso es verdadero y que lo verdadero es falso.

La prudencia y la reflexión nos alertan sobre la necesidad de ser cautelosos respecto de lo que nos dicen y escuchamos, no vaya a acontecer que resulten definitivamente falsos el emisor y su mensaje.

Por el daño que genera en cualquier relación social, donde la mentira persigue engendrar injusticias y sorprender la buena fe de los demás, por la deformación moral que pervive en su esencia, los hombres y las mujeres decentes rechazan la mentira y al mentiroso. Pero principalmente, el Señor de los cielos la proscribe, al instituir en el octavo mandamiento: «No decir falso testimonio ni mentir».




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