17 Ago, 2017 | Donald Trump y Nicolás Maduro parecen almas gemelas a las que el error de una nodriza poco cuidadosa hubiera separado al nacer. Son incultos e ignorantes. No tienen escrúpulos y sus resortes éticos perdieron tonicidad, o quizá nunca la tuvieron. Son prepotentes, vulgares y abusadores. Su incontinencia verbal los induce a decir estupideces y a ridículas metidas de pata.

Tienen un “pensamiento” primitivo que funciona en blanco y negro, sin matices. Su “sentido común”, refractario al análisis riguroso de los problemas, siempre encuentra “soluciones” simples bajo el esquema “hay que identificar y destruir al enemigo culpable de lo que ocurre, y si no existiese, lo inventamos”.

Días atrás, Mr. Trump asomó la posibilidad de una intervención militar en nuestro país. Cansados de tantos padecimientos y sucumbiendo al atavismo del culto al hombre providencial, muchos expresaron simpatía por el cowboy redentor y soñaron con John Wayne dirigiendo la carga de caballería del Séptimo Regimiento.

Por fortuna, somos más quienes entendemos que una intervención militar es inaceptable; no en razón de la sensiblería patriotera que agita el gobierno, sino porque no resuelve el problema. Además de lo costoso en vidas y sufrimientos, abriría un largo período de inestabilidad política con consecuencias y final impredecibles.

Si algo debemos aprender de estos años oscuros, es que la solución de nuestros problemas debemos asumirla nosotros mismos. Basta de esperar irresponsablemente que factores exógenos hagan el trabajo que nos corresponde como ciudadanos de este país.

Exigimos y agradecemos el apoyo y la solidaridad activa de nuestros hermanos estadounidenses, pero rechazamos los desplantes estúpidos de Mr. Trump con la misma vehemencia con la que rechazamos la vergonzosa obsecuencia de Maduro con el intervencionismo cubano.