17 Ago, 2017 | Cierta constancia fundada en los valores del espíritu nos impide guardar silencio ante el caos de un presente que, si algo tiene que ofrecer al venezolano, es incertidumbre. Imposible huir del desmadre, de la estampida que ha generado el actual gobierno en nuestra población.

Nunca había sido tan bastarda la política, tan sucia su misión en la polis, como el hecho de avasallar a los ciudadanos, aherrojarle la conciencia a cambio del clásico plato de lentejas. Política de tiranos, de canallas que, ensoberbecidos por el poder, saben que un pueblo con hambre sucumbe ante el poderoso. Negociar con la miseria del pueblo, postrarlo incondicionalmente a cambio de “matarle” el hambre, es la más vil de las políticas, es la degradación del ser humano desde cualquier punto de vista. Es envilecer al otro, y envilecerse.

Para quienes detentan el poder, el pueblo siempre será aquel que se le subordina, aunque en los cómputos más alentadores constituya una minoría. De esta manera el “pueblo” queda reducido a selectos grupos de militantes que, en el discurso oficial, encarnan abastecidos sectores populares, la “secta” que día y noche hace vida en el partido y la nueva “clase” que conforman burócratas, militares y “empresarios” de nuevo cuño enriquecidos a expensas del presupuesto del Estado y que la más de las veces son testaferros de las más sofisticadas élites que hacen vida en los corros palaciegos.

El sectario no da cuartel: estás conmigo o estás contra mí. Posesos de una verdad absoluta, no hay opción que deje una brecha a la inteligencia. La paz, la razón, la política, el camino a seguir siempre será el de ellos; los otros siempre están equivocados, la manera de pensar de estos es el de la derecha y el que quiera respirar en esos ambientes que entienda de una vez que la divisa es el pensamiento único.

El sectario es ese inspirado militante que a todo gañote expresa: “Primero muerto que bañado en sangre”, y ante “luces” como estas, ninguna sombra es posible. Ortodoxos, excluyentes, dogmáticos, oscurantistas que rinden culto a ídolos del pasado y del presente, esos son los sectarios, siniestro componente de una hagiolatría posmoderna.

La nueva “clase” viene en papel de regalo, en el más sofisticado envoltorio para exhibir y vender. Como el “proletariado” es obsolescente, igual que la burguesía, la nueva “clase” apenas empieza a estructurarse en los espacios de la política actual bajo los señuelos del socialismo y el populismo. De espíritu corporativo, la nueva clase se funda en la cohesión económica interna y la libre exportación que se reparten burócratas y militares en el aparato del Estado, la que daría lugar a una nueva oligarquía en el poder. ¿El pueblo? Un pobre esqueleto cada vez con menos carne.