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Una de las parrandas de Tomasito "Nepe" Su oído estaba especialmente desarrollado para captar la conjunción de los instrumentos musicales en un radio de diez kilómetros a la redonda, incluso sin el viento a su favor, había una conexión casi mágica entre las parrandas y sus orejas. Un día, a eso de las once de la noche, Tomasito se encontraba profundamente dormido. Juan Ortiz / juanortiz051283@gmail.com / Instagram: @juanortiz_c
16 Ago, 2017 | Tomás Narváez, o Tomasito "Nepe", como le decían, nunca pelaba una fiesta de su pueblo. Sus manos le picaban por tocar el cuatro, la charrasca, el furruco o las maracas cada vez que había una parranda. Para cantar e inventar versos era un astro, y más si había ron de por medio, tanto así que el mejor de los improvisadores se quedaba perplejo ante sus dotes para entrelazar palabras e ideas cuando estaba borracho. Su oído estaba especialmente desarrollado para captar la conjunción de los instrumentos musicales en un radio de diez kilómetros a la redonda, incluso sin el viento a su favor, había una conexión casi mágica entre las parrandas y sus orejas. Un día, a eso de las once de la noche, Tomasito se encontraba profundamente dormido. De repente su cama empezó a temblar en un cinco por ocho perfecto producido por la interacción de su mano izquierda -que marcaba un dos- con una marca de tres de su pie derecho. "Chiqui-chichiqui", se sentía. Parecía el artilugio de algún espíritu burlón amante de las retretas que ese día había decidido visitar la alcoba de Tomasito. El rítmico temblor, en cuestión de minutos, hizo que el hábil músico se cayera bruscamente de la cama, levantándose adolorido en seguida. Un "¡Ay, caramba, mi cabeza!", retumbó en toda su casa y en las demás casas dos kilómetros a la redonda, donde los vecinos, profundamente dormidos, ni se inmutaron. Lo cierto es que un chichón gigantesco decoraba ahora la cabeza de Tomasito a raíz de la caída. El temblor persistía. Empezó a sobarse con la mano derecha mientras la izquierda no dejaba de marcar el tiempo perfecto de ese ritmo que lo llamaba a formar la pachanga. -¡Porai hay una parranda y los muy perros no me invitaron!, pero no importa, igual yo voy, y voy bien arma'o.-Se dijo. Tomó su viejo cuatro con la mano izquierda que marcaba el dos, se guindó la charrasca en la espalda y empezó a andar. No dejaba de sobarse el gran chichón, y su pierna derecha no dejaba de marcar el tres. Verlo caminar era interesante. Se sobaba al instante que daba tres pasos a tempo con el pie derecho, luego arrastraba el izquierdo y marcaba los dos tempos restantes con su siniestra. Así iba mientras buscaba como loco en la lejanía el origen sonoro de todo para llegarse y ponerse a tocar cuatro, cantar, y drenar esas ganas viejas de parranda que tenía. -¿Juanito el de Mencha se habrá puesto a parrandear con Cheme el de Eulalia desde el más allá?- se preguntó -esos bichos son insaciables vale ¡ya me les voy a juntar! -Por aquí tiene que ser la vaina, se escucha cerquita- se dijo. -¿Quién carrizo anda allí? hip, ¡ar favor y pronúnciese ahora o acuéstese a dormir ya que tengo la dicha de aún conservar la comida conmigo y si corro tras de usted no garantizo su limpieza! ¡Compórtense muertos, o los vomito!- dijo el celador con la borrachera crudita. -Nicanor, hombre, soy yo, Tomás- dijo acercándose con su tumba'o. -¡Mijo, con ese andar, ese chichón y esa pinta pareces un bicho de la película triller! hip, ¿Qué te trae por aquí? hip. -¡Deja la mamadera de gallo, borracho 'er cipote! ¿No escuchas la rumba?, pilla... "Chiqui-chichiqui",- decía en voz baja Tomasito. -¡Tú estás loco, chico! hip, ¡Yo no escucho nada! -Mira, hagamos una cosa, eso está cerquita, acompáñame. -Vale, pues, vale, así camino la resaca, pero después me dejas aquí, bicho, hip. -¡Allí está, coño, allí está la parranda, Nicanor! ¡Yo no estaba equivocado!- dijo Tomasito emocionado- ¡Ven, sígueme! -¡No me friegues la vida, Tomasito! ¡Anda a lavarte esas orejas, hijo 'e tu madre! ¡Qué parranda ni que parranda! ¡Es un puerco peleando con dos ñangaragatos! -¡Cállate gafo, y agarra la charrasca, estos bichos están bravos y a tempo, están tocando mejor que Wicho y Verni en sus mejores tiempos, esta rumba va pa' largo y la noche es joven! Y así fue como Tomasito, cuatro en mano, juntamente con su fiel y curdo amigo Nicanor en la charrasca, tocaron toda la noche acompañando la trifulca entre un cochino y dos ñangaragatos. J.O.
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