20 Ene, 2017 | Esto que está pasando en Venezuela, no tiene nombre. Se esfuman los límites del asombro frente a la incapacidad e irresponsabilidad del incalificable régimen, cuyo objetivo pareciera ser convertirnos en desierto con cada invento que se le antoja al estadista inmaduro y la cuerda de “gozalavida” que le hacen coro y se ríen de sus costosas gracias. Hasta dónde llegaremos, esperando con paciencia qué nueva ocurrencia remolcarán abonando en el propósito de imponerse como la peor desgracia que le pudo caer encima a un país trabajador y con múltiples recursos, para trastocarlo en un amasijo de necesidades, corrupción a granel, carestía desesperante, inseguridad absoluta, destrucción patrimonial, servicios públicos en pleno retroceso, y una ventolera de enfermedades que reviven acabando con la gente. Hay que tenerlas bien puestas para poseer el cinismo de aparecer a cada rato en cuñas de “servicio público” o protagonizando cadenas de radio y TV, anunciando un supuesto progreso que no se ve por ningún rincón, con la pretensión manifiesta de perpetuarse en el poder, por las buenas o por las malas.

Con este reciente exitazo de los billetes de a cien, sí fue que le dieron un certero palazo a la piñata –se la comieron, pues- ¡Qué barbaros, hermanos! Y se antojaron de esperar diciembre y días de pago, sin revelar la más mínima capacidad de acción en lo financiero sino mostrando tamaña ignorancia, como en tantos casos. (aquí vale pena acordarnos de las acciones de la Ángela Merkel venezolana, en sus ocurrencias de muchacha bellaca por Mercosur) Desde todas partes, los adulantes repiten como loros el éxito de la misión, manejada por la entereza visionaria del estadista, que puso al pueblo de carreras con esa loquera dizque para quemar mafias. Uno no sabe cómo diablos van a hacer en el futuro para poner orden con los nuevos billetes, porque la situación sigue vigente.

Estamos tan empavados, que grupos colombianos junto con los benditos apátridas de extrema derecha y una confabulación internacional, impidieron que los aviones trajeran las piezas a tiempo. Es evidente que resultaba imposible recoger el bojote de papel moneda en 72 horas, pero ni Merentes ni sus allegados supieron del asunto, y el presidente del BCV se explayó diciendo “no sé qué van a hacer con sus billetes, se los tendrán que comer”. Afortunadamente el régimen es altamente efectivo, y Nicolás reapareció revocando su decisión e informando que se prorrogaría el plazo. Hasta la vergüenza está escasa en este país.