El gigante derribó el muro para que los niños jugaran en el jardín. / Foto: ARCHIVO

20 Nov, 2016 | Todas las tardes los niños iban a jugar al jardín el gigante: era el jardín más hermoso que se hubiera visto nunca, con flores brillantes como perlas y muchos pajarillos.

Pero un mal día, al volver de una visita al ogro de Cornualles, encontró a los niños en su jardín y les gritó:

-¡Qué hacéis aquí’ ¡Este jardín es mío y sólo yo puedo jugar en él!

Lo cercó con un muro alto y puso un letrero que decía “Prohibida la entrada”. Realmente era un gigante muy egoísta.

Ahora los niños no tenían dónde jugar: daban vueltas al muro y decían:

-¡Qué felices éramos antes!

Llegó la primavera y el campo se lleno de capullos y de pajarillos. Sólo en el jardín del gigante seguía siendo invierno. “No llego a entender por qué tarda tanto la primavera este año”, pensaba. Pero la primavera no llegó, ni tampoco el verano ni el otoño. “¡Es demasiado egoísta1” pensaban las plantas y los pájaros.

Una mañana el gigante estaba en la cama muerto de frío cuando, de pronto, oyó un alboroto procedente del jardín. “¡Ya está aquí la primavera!” pensó. Saltó de la cama y miró por la ventana. ¿Y qué es lo que vio? Los niños habían entrando en el jardín, que se había puesto tan contento de volverlos a ver que se había llenado de capullos y pajaritos.

-¡Qué egoísta he sido! –exclamó el gigante-. ¡Ya sé por qué no llegaba la primavera!.

Bajó corriendo al jardín, cogió un enorme martillo y en poco tiempo derribó el muro.

-¡Niños, este jardín es vuestro! –dijo el gigante, y al punto como por encanto, floreció un árbol detrás de él y un pajarillo se le posó en el hombro.