30 Sep, 2016 | Cuando era niña solía ser introvertida, me era fácil abstraerme del entorno y entrar en las profundidades de mi mundo. Allí aprendí a disfrutar mi propia compañía y jamás aburrirme. Ya más cerca de los 50, sin hijos, viviendo sola y fuera de mi país, ha sido casi inevitable encontrarme, de frente y sin cortapisas, con el temor a la soledad. Si bien hubiera podido evitarlo o hacerme la desentendida, elegí invitarlo a entrar a mi vida, conocerlo, entenderlo, aceptarlo y amarlo. Es posible que aún siga temiéndole a la soledad pero lo que sí creo haber logrado es dejar de tenerle miedo a dicho temor.

Si bien la soledad no es un fenómeno nuevo, si pareciera un mal de nuestro mundo contemporáneo signado por el individualismo, la rapidez y la paradójica desconexión en un entorno ultra conectado. En los últimos años la soledad se ha convertido en un asunto relevante y se la asocia con el origen de algunas afecciones como depresión y enfermedades cardiovasculares. Ahora bien, ¿qué es la soledad? Podemos entenderla como la carencia de compañía, bien por elección, por incapacidad, por el devenir de las circunstancias o por imposición de la sociedad. Psicológicamente se habla de soledad como la ausencia, real o percibida, de relaciones sociales satisfactorias. Y estas definiciones me resultan incompletas ya que muchas veces podemos estar acompañados, rodeados presencial o virtualmente de montones de otros y, aun así, sentirnos solos.

Solemos anestesiar el dolor de la soledad de múltiples maneras, especialmente desarrollando todo tipo de adicciones: trabajo, sexo, comida, drogas o alcohol, juegos, redes sociales y relaciones superficiales, entre otras. Recientemente he tenido la oportunidad de compartir con mujeres maravillosas que permanecen atadas a relaciones muy insatisfactorias por temor a la soledad y/o por la vergüenza social de estar solas.

Para mí la soledad es un estado del alma, que parte de una insatisfactoria relación con nosotros mismos. No gustarme, sentirme inadecuado y con una vida carente de sentido creo yo que es la oscura soledad a la que solemos temer y, por ende, huir. Por experiencia sé que esta sensación duele y mucho. No es de extrañar entonces que le tengamos tanto miedo y queramos evitarla como sea. Pero, como cualquier otro miedo, mientras no nos atrevamos a desafiarlo aunque nos tiemble hasta la conciencia, seguirá allí, latente cual espada de Damocles. Lamentablemente, no hay atajos. Aceptarnos y amarnos incondicionalmente, hacernos la primera prioridad de nuestras vidas y sentirnos acompañados por nosotros mismos aunque estemos sin nadie más, es un camino que va más allá de afirmaciones optimistas frente al espejo. Y si bien no hay recetas, si yo tuviera que recomendar una sola cosa, ésta sería sin duda la meditación.

Ahora cuando me asalta el temor a quedarme sola suelo decirle "buenos días soledad" y conectarme con el mensaje que ella me trae. La soledad temporal o transitoria puede ser muy sana, nos permite entrar en contacto con nosotros mismos y escuchar la voz del silencio. No atenderla y pretender camuflarla puede derivar en una sensación crónica de soledad.

Y aunque suene contradictorio, gestionar la soledad me faculta para una convivencia más plena con otros. Estoy convencida que estamos en este mundo para servir, que cualquier cosa que valga la pena no se logra sino es con otros, que todos somos uno y juntos somos más. Cultivar relaciones profundas y de calidad con otros es clave para ello; sin embargo, nadie da lo que no tiene: sin una relación satisfactoria conmigo no será posible construirla con otros, porque no se trata de homogeneidad sino de heterogeneidad, no de dependencia sino de interdependencia. Como diría el poeta KhalilGibrán "... las columnas del templo guardan distancia. Y el roble y el ciprés no crecen uno a la sombra del otro".