26 Sep, 2016 | No cabe duda que los neoespartanos somos legatarios de una tradición lúdica expresada en diversidad de juegos de envite y azar cuyo propósito no ha sido, independientemente de la frecuencia con que se realicen, lograr el enriquecimiento personal sino que sería más bien una forma de administrar el tiempo libre. Su práctica, como parte de nuestra cotidianidad, pudiera explicarse como una manera de compartir con otras personas algunos momentos de esparcimiento y recreación.

Tanto es así que durante las numerosas celebraciones religiosas que se efectúan anualmente a lo largo y ancho de la geografía insular y como complemento de ellas, siempre están presentes las diferentes mesas de juego de envite y azar: tallas, ruletas, tapao y guarañas, “juéguela, juéguela, la guaraña da pa’todos” (Hernández Cedeño, R., 2003: 43 y 75), donde acuden los visitantes en búsqueda del favor de la buena suerte.

En sitios más reservados, se suelen jugar al dominó, a los dados y a las cartas, especialmente, las variantes conocidas como: ajiley, veintiuno, siete y media y truco, el juego/pasatiempo por antonomasia del patrimonio recreacional insular cuya voz deriva del árabe truch o truk, supuestamente originario de la ciudad española de Valencia o de las islas Baleares.

La lotería, reconocida como el juego de las mayorías por cuanto, generalmente, participan hombres y mujeres de distintas edades, no se considera juego de envite y azar sino más bien de salón. Se identifica por su exclamación característica: “manibolsa”, “manibolsa”.

La afición por el juego propia del hombre de estas tierras tiene su origen en los primeros colonizadores que vinieron al Nuevo Mundo, ya que en la España de ese período histórico los juegos de apuesta constituían la principal diversión de la gran mayoría de sus habitantes, quienes tenían fama en el resto del continente europeo de hábiles y astutos jugadores.

Cabe destacar que durante los primeros viajes ultramarinos, a pesar de las prohibiciones oficiales vigentes para ese momento histórico, los principales pasatiempos que tenían los viajeros y tripulantes de los buques en esas largas y tediosas travesías eran los juegos de envite y azar. Se jugaba a los dados y a los naipes y en algunas oportunidades se permitían las peleas de gallos.

Otra forma de distracción, reservada a algunos pocos, era la lectura y en la noche, dependiendo del estado del tiempo, se reunían algunos pasajeros para interpretar melodías y canciones, por lo general relacionadas con sus respectivos sitios de origen, acompañados de los tradicionales instrumentos de cuerda.

Durante la ocupación hispana del territorio cubagüés, el entretenimiento por excelencia de sus pobladores, a pesar de las prohibiciones contempladas en las disposiciones reales, eran los juegos de envite y azar. Al respecto, leamos lo que nos comenta el alcalde Francisco de Lerma en el año de 1545: “Este testigo y todos los demás alcaldes an pecado en ello, porque, como la tierra sea corta y la gente esté viciosa, tienen por exercicio de pasar tiempo en jugar a los naipes y al axedrés, y a la bola [similar a las “bolas criollas”], y que no se acuerda que este testigo ni otro de los dichos alcaldes ayan castigado cosa alguna en razón del dicho juego” (Citado en Otte, E., 1977: 388-389).

Poco tiempo después de haber desaparecido la Nueva Ciudad de Cádiz de Cubagua, los residentes de la isla de Margarita mantuvieron y continuaron con esa tradición. Participaban de ese divertimiento numerosas personas pertenecientes a los distintos estamentos sociales.