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Hay belleza en la tristeza
Es triste estar triste. Con frecuencia buscamos formas para anestesiarla y borrarnos, pero luego de la bacanal aparece la resaca emocional. Y al despertar… la tristeza sigue allí. Pareciera entonces que lo más inteligente es llorar, seguir llorando y aceptarla, darle la bienvenida con una frase al estilo Sagan: “Buenos días, tristeza”.
Arianna Martínez Fico / arianna.mf@gmail.com

27 May, 2016 |

“Nunca pensé que en la felicidad hubiera tanta tristeza”.

Mario Benedetti

Elijo la tristeza como punto de partida para esta serie de entregas sobre las emociones básicas ya que pienso que es, quizás, con la que más nos cuesta conectarnos, especialmente a los venezolanos. Somos alegres, dicharacheros y optimistas por naturaleza; crecimos diciéndonos "al mal tiempo buena cara" y "pa'lante es pa'llá". Nuestra particular forma ser que nos permite ver siempre el vaso medio lleno es una maravilla, hace de nosotros personas encantadoras, felices y livianas. La otra cara de la moneda es que al huir de la tristeza, ocultarla o minimizarla tras una chanza, nos perdemos la belleza y la oportunidad que ella nos trae.

La tristeza es la emoción asociada a la añoranza, a los cierres y despedidas, al abandono y al duelo. El origen de esta emoción puede ser variado: pérdida de un amor, de algo o alguien muy querido, decepción, derrumbe de ideales o de nuestras expectativas respecto de eventos, de otras personas o de nosotros mismos. A veces nuestras tristezas son lejanas, no nos pertenecen, y tal vez tengan que ver con profundos dolores heredados de nuestra historia.

Sentimos tristeza cuando estamos convencidos que hemos perdido o creemos que perderemos algo muy valioso y eso nos duele: un amor, un trabajo, un país… Emocionalmente se evidencia en el desánimo o desaliento, soledad o pocas ganas de vivir. Corporalmente, la sentimos en el pecho y se manifiesta en lentitud o dificultad para movernos, a veces en disminución de energía o apetito.

Es triste estar triste. Con frecuencia buscamos formas para anestesiarla y borrarnos, pero luego de la bacanal aparece la resaca emocional. Y al despertar… la tristeza sigue allí. Pareciera entonces que lo más inteligente es llorar, seguir llorando y aceptarla, darle la bienvenida con una frase al estilo Sagan: “Buenos días, tristeza”.

La tristeza nos permite sanar el alma reparando las pérdidas, soltar aquello que ya no nos pertenece y nos daña. Su luz radica en la introspección, el recogimiento o ensimismamiento. La posibilidad de conectarnos con aquello que valoramos, lo realmente importante. Gracias a ella nos confundimos, desorientamos y cuestionamos la forma como vivimos. Nos centramos en nosotros mismos antes que en el entorno. Una poderosa visión de futuro no es posible sin tristeza, sin ponderación sobre lo que importa y queremos conservar. Previo a la resolución presente en la ejecución de la visión, viene el sueño, aquel que es precedido por la reflexión existencial.

La sombra aparece cuando nos quedamos pegados en la nostalgia que nos lleva a la resignación y/o depresión, a la incapacidad para movernos y maravillarnos con el presente por aquello de “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Una emoción no encarada permanecerá allí. Una tristeza no mirada a los ojos se nos instalará silenciosamente en el alma y en el cuerpo, y las depresiones y evasiones se nos harán recurrentes.

Entrar en la tristeza tiene que ver con evocar espacios reflexivos. Salir de ella va más allá de afirmaciones al estilo pensamiento positivo. Requeriremos cultivar disposiciones corporales de resolución o alegría (trotar, boxear, bailar), y una importante reconstrucción lingüística que permita modificar el juico subyacente en la tristeza. Dicha reconstrucción pasa por aceptar que algo que me duele ocurrió y no lo puedo cambiar (murió, me dejó, se fue, se acabó, cambió, me botó), que eso disminuye o afecta mis posibilidades, y que deseo aprender de lo sucedido para diseñar nuevas posibilidades para mí (reflexión y ambición).

“…no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente”.

Rubén Darío




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