6 May, 2016 | Llama el presidente a la rebelión. Le dice a los suyos, cada vez menos, que deben alzarse si la oposición alcanza, dentro del marco constitucional, el poder en Venezuela. Incita a sus disminuidos militantes, lo cual se aprecia en sus actos públicos, a rebelarse como modo de sostenerlo en el gobierno.

Piensa que con su afiebrada invitación tendrá respaldo, que le responderán rodilla en tierra, que olvidarán la terrible situación que también padecen los que aún siguen siendo rojos, culpa precisamente de quien los llama a defender lo ya indefendible.

No reflexiona. Por el contrario divaga. Se muestra despegado de la realidad, pastoreando nubes. No aterriza. No atina una. El tiempo se le va en proferir amenazas, en ofender al adversario. Todo lo que hace con la desesperación del que se sabe camino al abismo y no tiene a su lado quien lo evite, es cruda evidencia de su inmediato destino al cual lo llevará el voto popular traducido en revocatorio.

La "rebelión" a la cual Maduro invita no pasa de ser un argumento muy débil dada la precariedad de razones convincentes, propio del miedoso. Del que huye hacia adelante. Pero, ojo, esa es una de las muchas lecturas que el llamado obliga, ya que el hombre lo que intenta es atemorizar, una de las recomendaciones que sus asesores cubanos, expertos en tales menesteres, le han recomendado.

No se equivoca el que sostiene que Maduro da por reconocida su derrota y ante esa certeza intenta poner piedras en el camino.

Con la ayuda, claro, de las comadres, así las llamó Ramos Allup, que lo respaldan en el CNE, aparte de sus abogados en el TSJ.

Como igualmente es lógico pensar que la "rebelión" a la que alude Maduro tienda al desconocimiento de la constitución y la ley electoral, un último recurso que, con sus colectivos, y militares rojos, pudiera protagonizar frente a su revocatorio.
La desesperación, se repite, siempre ha sido mala consejera.