Porlamar
23 de abril de 2024





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¡Deme acá esa planilla!
Una Canaimita, o dos, o tres, o cuatro, no arreglan la inseguridad ni resucitan a los parientes asesinados. Tampoco compran comida, que cuando se consigue es impagable.
Carolina Jaimes Branger | @cjaimesb

2 May, 2016 | El mismo día del firmazo por el revocatorio comenzaron a circular tuits de representantes de la cúpula gobiernera que decían cosas como: “Lloraste a Chávez, Tienes Una Misión Vivienda, Taxi Del Gobierno, Tú (sic) Familia Está Pensionada, y Tus Hijos Tienen Canaima y Vas a Firmar?” (sic). La verdad es que es perverso sacar en cara esas cosas, sobre todo cuando la revolución supuestamente venía a “corregir” las fallas del populismo de la IV. Pero la lengua es castigo del cuerpo. La gente firmó, a pesar de todo. Y es que la realidad es tan agobiante que no importa cuánto hayan llorado a Chávez. No importa la Misión Vivienda (a fin de cuentas -y mientras no se ponga en marcha la Ley de Propiedad aprobada por la AN- sólo son adjudicaciones). No importa el taxi porque es propiedad del gobierno. Tampoco importan las pensiones, porque si las pagan, ya no alcanzan para nada. Lo único que queda es la Canaimita, y por una Canaimita, nadie va a dejar de firmar.

Una Canaimita, o dos, o tres, o cuatro, no arreglan la inseguridad ni resucitan a los parientes asesinados. Tampoco compran comida, que cuando se consigue es impagable.

Mucho menos medicinas, y Dios libre que se tenga que ir a un hospital. Una Canaimita no funciona si se le acaba la carga y no hay electricidad. Una Canaimita no sirve de nada si no hay agua para tomar, para bañarse, para limpiar, para lavar ropa. Porque se puede sobrevivir sin la Canaimita, pero sin agua, no.

Yo estoy convencida de que las cosas en la vida son como un boomerang: lo mismo que uno lanza, se devuelve. El gobierno de Chávez y su apéndice, el gobierno de Maduro, en vez de invertir la marejada de dinero que entró cuando los precios del petróleo estaban altos en desarrollar el capital social, lo que hizo fue repartir limosnas. Y las limosnas resuelven una coyuntura, pero no crean riquezas, mucho menos lealtades. Un limosnero siempre espera que le den. El día que no le dan, se convierte en enemigo. No importa cuántas veces antes se le haya ayudado. Y eso fue lo que pasó la semana pasada. El pueblo está pasando factura. Y encima perdió el miedo, simplemente porque ya no tiene nada que perder. ¿Les van a quitar las casas? No son propias. ¿El taxi? Es del gobierno. ¿La pensión? Es una miseria. ¿La Canaimita?... ¡Deme acá esa planilla para firmarla!




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