11 Feb, 2016 | El Gobierno retardó la medida hasta donde pudo, alargó la frenada y llegó más allá de los límites de la racionalidad. Pero como siempre, la realidad termina por imponerse. Hoy es evidente, hasta para el gato, que el precio actual de la gasolina no es sostenible.

Ese precio, verdaderamente ridículo, es una de las expresiones más representativas del disparate mayúsculo que ha sido para nuestro país la chapucería populista, elevada al rango de inspiración ideológica, que caracteriza al régimen del socialismo del siglo XXI.

La superación de los desequilibrios económicos que están empobreciendo a nuestro país exige que el aumento de la gasolina forme parte de un paquete de medidas que apunten al fortalecimiento de los ingresos, a la redefinición de las prioridades en la asignación del gasto y a la reestructuración de la deuda externa. Para ello, y visto el nivel de deterioro extremo al que hemos llegado, se requiere el apoyo del FMI.

Con el aumento del precio de la gasolina se desmorona uno de los mitos fundacionales más importantes de la hegemonía chavista: "solo un gobierno burgués, siguiendo instrucciones de las transnacionales imperiales, es capaz de castigar al pueblo subiendo el precio de un bien que pertenece a todos los venezolanos".

Además en febrero, el mes más cruel, está la presencia atávica de los desórdenes, la violencia y la muerte, que el 27 y 28 de 1989 golpearon fatalmente al segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez. Por eso algunos piensan que ese aumento puede ser el factor combustible de un estallido social; por eso las dudas y culipandeos del Gobierno.