29 Nov, 2015 | Al principio las relaciones parecen perfectas, he encontrado el amor de mi vida, cuántas veces hemos oído esas palabras. Al principio es un estado satisfactorio, te sientes vivo, tu vida adquiere significado, alguien te necesita, te toma en cuenta, te hace sentir especial, son el complemento ideal, parece que el resto del mundo es insignificante. Pero no te das cuenta que posiblemente esa relación sea de apegos, quizás te estás volviendo adicto a la otra persona, cuando no está presente aparece la inseguridad, los celos, miedo a la pérdida, en líneas generales la relación se va alterando, aparecen las discusiones, conflictos, insatisfacciones, violencia emocional, e incluso física. En muchas ocasiones estando tranquilos, pasan en un abrir y cerrar de ojos a la agresividad salvaje, hostilidad, desamor; esto puede empezar a hacerse una costumbre, algo normal, pudiendo llegar a algo muy peligroso que es la adicción y finalmente cuando los ciclos de diferencias y agresividad se hacen más frecuentes la relación colapsa, terminan de enemigos, ni siquiera hay amistad; sufren ellos, los hijos, todo el mundo sufre.

¿Qué pasó?

La pareja ensimismada en ese amor inicial dirigido por el ego de ambos no creció hacia adentro, se quedó en lo externo, en el romance, y allí fueron siendo víctimas de sus personalidades, de su carácter, de sus experiencias anteriores, de sus inseguridades que comenzaron a aparecer cada vez con más frecuencia.

¿Qué hacer?

Ante todo reconocer que una relación debe ser algo consciente, que de esa etapa inicial de romance debe pasarse a una etapa consciente, medular, interna, donde predominen la libertad, la comprensión y la confianza, vivir en el presente olvidando el pasado traumático, preparándose para el futuro en el presente. Debe ser sobre todo una pareja en meditación, la meditación hace que el ego separador no se haga cargo de la relación.

Y yo digo que una pareja meditativa permanece unida.