9 Oct, 2015 | No es uno que afirme imparcialidad. Tampoco transparencia. Ni siquiera precisando celeridad y no convencional retardo. Es tricolor con el símbolo trágico, el del 4F, que ofende al pabellón nacional, pues lo coloca como trapo que esconde la felonía cometida contra la institucionalidad. Es un brazalete que evidencia obediencia ciega al oficialismo. Que la identifica plenamente como adicta, bueno, adepta de una corriente ideológica que le ha hecho mucho daño a Venezuela. Prueba manifiesta en todo sentido de que la atornillada presidenta del Consejo Nacional Electoral fue puesta allí para decirle sí a cuanto le imponga el gobierno y decirle no a lo que le solicita, con absoluto derecho constitucional, la mayoría democrática.

El brazalete que lució Tibisay la retrató para siempre como una funcionaria plegada al Ejecutivo, burlándose del ente que lidera, según la Carta Magna, un poder independiente. El haberlo lucido la disminuyó, si acaso ella sigue creyendo lo contrario. Moralmente, la limitó a opinar pues el hecho en sí la descalificó para decir, como recién lo expresó, que existe una conspiración en contra suya y del organismo.

¿Quién puede creer que el dirigido por ella es el sistema más seguro del mundo, cuando la desconfianza cada día es mayor? Entre otras verdades, el brazalete aumenta la desconfianza. Mientras al lado, en Colombia, donde la votación es manual, con mayor número de mesas y votantes, los resultados se entregan una hora después del cierre de mesas, aquí ocurre en la madrugada. Lo más extraño es su advertencia: el CNE cuenta votos y no encuestas.

Pero no ha pronunciado una sola palabra respecto a si de verdad en su gestión el voto es o no secreto, asunto sobre el cual no parece conveniente para nadie del oficialismo afirmar o negar.

Quizás porque el brazalete también sea venda para los ojos y bozal para el silencio.