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20 de abril de 2024





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Capitalistas salvajes
Esto nos lleva a un cuadro repetido: el presidente arremete verbalmente contra la oligarquía, pero solo anuncia, anuncia y vuelve a anunciar. Nada en la práctica. Los oligarcas terminan haciéndole trompetillas a los anuncios. Y suben, suben más, los precios.
Pedro Salima | psalima36@gmail.com

9 Oct, 2015 | En Venezuela, a Chávez gracias, no hay un Estado depredador, rendido a los pies de los empresarios. Tampoco tenemos un gobierno arrodillado ante el Fondo Monetario Internacional. Para el capitalismo salvaje lo importante es la acumulación de capital en pocas manos, y eso pasa por el atropello y la explotación contra los trabajadores, el ecocidio y caernos a diente unos a otros para dejar intacto el poder en manos de pocos. A partir del capitalismo salvaje, el acceso a las medicinas, a la vivienda, a la educación para el pueblo es meramente un sueño. Por supuesto, en el capitalismo salvaje no hay misiones sociales, ni de salud, ni educativas, ni culturales ni deportivas. Solo vale el dinero. Salvo muy contadas excepciones, tampoco hay bachaqueros en nuestros barrios, pues el mundo de los negocios pertenece a un grupito que controla el gran capital. Tampoco hay mucho espacio para los pequeños corrupticos. La corrupción es de marca mayor. A grandes niveles, no a la altura de un portero que gestiona una cita con el funcionario mayor. En el capitalismo salvaje priva el mercado. Al mercado le toca imponer precios que empobrecen a la gran mayoría, Coloca salarios que siembran el hambre y son un pellizco para los empresarios. Y da extraordinarias ganancias al gran capital.

Por lo visto, en Venezuela, a Chávez gracias, no hay estrictamente un capitalismo salvaje. Pero hay capitalistas salvajes a montón. Tan salvajes, salvajes, que se han pasado por las mismísimas mochilas al mercado, y colocan ellos los precios al capricho, sin atender a ningún juego de la oferta y la demanda, y sin pararle al poder de adquisición de la población. Están tan por encima del Estado. Si bien el Gobierno anuncia los salarios, son ellos, con la dolarización de la economía, los que dan el verdadero valor al salario.

Los capitalistas salvajes no cuentan con la complicidad del Estado, salvo con la corrupción de muchos funcionarios (no todos generales) que les permiten usar mecanismos del Estado para hacer de las suyas (anoten por allí lo que sucede con Lácteos Los Andes y el “hago lo que me da la gana con los precios” de Jugos Carabobo). Esto nos lleva a un cuadro repetido: el presidente arremete verbalmente contra la oligarquía, pero solo anuncia, anuncia y vuelve a anunciar. Nada en la práctica. Los oligarcas terminan haciéndole trompetillas a los anuncios. Y suben, suben más, los precios.

El Gobierno acuerda con los capitalistas salvajes precios para la carne, el pollo y otros productos. Pero, a la salida de la reunión de los acuerdos, los capitalistas salvajes colocan precios cuatro, cinco o seis veces más altos a los acordados. Lo hacen a la luz pública. No se trata del bachaquero que te vende a hurtadillas. No, se trata del capitalista salvaje, del ladrón a rostro descubierto, que en Rattan, Sigo, Unicasa, la Central o cualquier otro negocio vende al precio que le da la gana, sin que una lavativa llamada Sundde les pare el trote.

Y tal como sucede en el capitalismo salvaje, el pueblo es el que sufre las consecuencias, el que paga los caprichos de los capitalistas salvajes; a pesar que el presidente nos recuerda de vez en cuando que estamos en la construcción del socialismo.




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