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25 de abril de 2024





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La culpa es de la vaca… ¿o del burro?
Entre el bululú, una doñita dice que quiere pollo, azúcar, arroz... Y se ríe, pues considera que esta aspirando a mucho.
Omar Ávila | oavila1973@gmail.com

6 Oct, 2015 | "Considerando que tengo tiempo disponible, voy este jueves al Central Madeirense para hacer mercado", me dice mi esposa optimista de conseguir los productos básicos y no adquirirlos a precios de bachaqueros o a través de la generosidad de algún familiar que haya tenido la dicha de conseguir grandes cantidades de algún producto regulado.

Me cuenta: 7:53 a.m. empiezo a hacer mi cola en el Central Madeirense del Centro Comercial Los Ruices y contando a vuelo de pájaro, soy la número 67... aspirando que no venga un vivo -que nunca falta- a querer colearse.

Caras interrogantes, frustración, cansancio, angustia. No hay una edad específica en la fila que rápidamente se está formando, aunque predominan personas de avanzada edad.

Escucho a una doñita (calculo septuagenaria), que manda a un joven a que vaya a averiguar qué van a vender hoy, mientras ella se queda narrando historias de recorridos por varios mercados con el objetivo de conseguir leche. Regresa el chico: "Los trabajadores que están en la puerta no saben. No han llegado camiones".

Una mujer que me sigue en la cola, pregunta entre dientes: "¿Hasta cuándo nos vamos a calar estas cola? Hay que sacar a este hombre", refiriéndose al primer mandatario nacional y observando el reloj con cierta frecuencia, pues se encontraba preocupada porque va a llegar tarde al trabajo, pero no tiene otra opción, ya que le toca por su terminal de cédula.

8:12 a.m., abren la puerta trasera del supermercado. Se asoman caras en la cola tratando de salir de la incertidumbre y saber si no perdieron su tiempo. Los curiosos, comienzan a regar la voz: hay jabón de tocador y mantequilla.

Entre el bululú, una doñita dice que quiere pollo, azúcar, arroz... Y se ríe, pues considera que esta aspirando a mucho.

8:25 a.m., entro, solo me dieron: un pote de margarina, un trío de jabones y un kilo de harina de maíz.

Decepcionada e impotente, mi esposa me narra lo que día a día viven los venezolanos. Y me pregunta: ¿Cómo hacemos para desayunarnos con arepas durante una semana? pues de los siete días, comeremos cuatro. Los otros tres, compraremos empanadas y/o pastelitos donde los gochos o cachitos en la panadería. El tema es que cada empanada supera los 70 bolívares y los cachitos de jamón cerca de los 200. Lamentablemente, no hay sueldo que aguante esta pela.

Todas estas amargas vivencias diarias de los venezolanos, es producto de la distorsión económica, que produce esta política de control e importación.

La realidad, es que vemos a un gobierno que insiste en echarle la culpa del desabastecimiento a los bachaqueros, a los colombianos, al imperio… lo cierto es que la escasez se evidencia cada día más y los verdaderos responsables de la grave crisis que atraviesa el país, son esos mismos que acabaron con la producción nacional, además de haber expropiado 293 empresas de alimentos, que como la harina Juana, ya no produce como antes ni con la misma calidad. Por ello insisto: La culpa es de la vaca… ¿o del burro?




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