3 Oct, 2015 | ¿Qué podría decirse hoy en torno a la vida y futuro de una institución internacional creada por los “3 Grandes” (F.D. Roosevelt, Stalin y Churchill) en febrero 1945, (Yalta (Crimea) para preservar la paz mundial, asegurar la igualdad de derechos de todas las naciones, pequeñas e inmensas, todo poderosas y débiles? A sus 70 años y transcurrida una década y media de este siglo XXI, la Humanidad con su ONU y todas sus estructuras y mecanismos, nos luce más postrada, infeliz y desorientada que nunca antes en su, ya de suyo bien desafortunada historia.

Cuánta agua (y también mucha sangre y lágrimas) ha corrido bajo los puentes de la vida de la especie humana en el planeta. Continuamos viviendo el horror de las masacres de poblaciones enteras, y de los campamentos en llamas de refugiados y proscritos, emana aquel viejo hedor de miseria y podredumbre que tanto ha conocido el hombre. Prosigue la venta de carne humana femenina e infantil y la explotación infame en las maquilas del sudeste asiático de mujeres, ancianos y niños. Los mares y océanos, así como los ríos y lagos, están amenazados de muerte pronta y ni que decir de las praderas, selvas y montañas que se han convertido en eriales.

Los conflictos internacionales siguen latentes. Y cuando habíamos creído que los mecanismos postulados en el capítulo VII de la Carta Fundacional de la ONU, la mediación, los buenos oficios, y el arbitraje para la solución pacífica de diferendos entre los países tendrían un papel, si no decisivo, al menos preponderante, nos hallamos inmersos en la hipocresía, la baraja marcada del tahúr pícaro, y el desdén por el diálogo. La tribuna de la ONU ha servido como gran pretexto para la explanación de un texto ya preparado de antemano, en un contexto signado por la agresión abierta o velada entre los estados miembros, la intolerancia y los fanatismos religiosos, étnicos y políticos.

Si bien los procesos de conclusión de la guerra fría, con sus fases de guerra caliente, la descolonización de las antiguas colonias de África y de Asia, y la emergencia y fortalecimiento de nuevas potencias, recuperando el esplendor de antiguos imperios (como Rusia y China o Brasil) es patente la incuria, la incapacidad del sistema jurídico internacional para reordenar la vida de los hombres en un marco de respeto e igualdad de derechos y salvaguardar lo poco que aún nos queda del planeta.