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Después de Ayacucho: el mismo cuento
Este “bolivariano” en 1902 jugó póker con las potencias europeas a la espera de que los gringos bajo el espíritu de la Doctrina Monroe lo apoyaran, como el destino le fue adverso, se volvió “antiimperialista”, y arrojó a los venezolanos de entonces el préstamo de frases como “La planta insolente del Extranjero…”.
Ramón Ordaz | rordazq@hotmail.com

2 Sep, 2015 | La apoteosis de Bolívar tuvo lugar durante la segunda presidencia de José Antonio Páez (1839-1843). La ceremonia final culminaría en el templo de San Francisco en Caracas. La pieza retórica de Fermín Toro, “Descripción de las Honras Fúnebres consagradas a los restos del Libertador Simón Bolívar”, daría cuenta de ello. Entre sus muchas hipérboles destacan las referencias bíblicas, lo sublime, la divinidad, la “Libertad”, la “Religión”. Los mismos excesos que César Zumeta criticaba a Laureano Villanueva en su “Vida del Gran Mariscal de Ayacucho”. No hablaba de un hombre, sino de un semidiós.

Ya en 1825 la poesía extendía sus alas de albatros desde Ecuador: José Joaquín Olmedo daba a conocer su “Oda a la Batalla de Junín, canto a Bolívar”. Datar y analizar la mitologización del héroe no es posible en tan modesto espacio. Interesa más poner en solfa cómo el mito bolivariano ha sido el sustratum ideológico de los más disímiles gobiernos en lo que va del siglo XIX a nuestros días. Páez se reivindicaba en 1842 después de su desconocimiento al Libertador en 1830. El ascenso del mito adquiriría un punto trascendente en 1883, fecha para la cual Antonio Guzmán Blanco, con su desvergonzado padre, Antonio Leocadio Guzmán, celebrarían los fastos del centenario del natalicio del Padre de la Patria. Como era de esperarse, la apoteosis fue para el “Ilustre Americano”, si bien fortificó el culto a Bolívar.

Otro picaruelo, “el Cabito”, mal llamado Cipriano Castro, devendría, asimismo, un furibundo bolivariano. La manga de aduladores de la época lo ubicarían en el Olimpo y lo compararían con el mismo Bolívar. Semejantes aberraciones son propias de patologías colectivas. Este “bolivariano” en 1902 jugó póker con las potencias europeas a la espera de que los gringos bajo el espíritu de la Doctrina Monroe lo apoyaran, como el destino le fue adverso, se volvió “antiimperialista”, y arrojó a los venezolanos de entonces el préstamo de frases como “La planta insolente del Extranjero…”. Una aberración de ayer y una aberración del presente que culminó llevando sus restos al Panteón Nacional.

Si no hay gloria y dignidad en el santoral, ¿cómo esperarla de la venalidad de los hombres? Juan Bisonte Gómez fue otro ejemplar bolivariano. En un viaje en ferrocarril de Valencia a Maracay, en compañía de su compadre Castro, ordenaría detener la máquina junto al emblemático árbol del Samán de Güere, porque en su legendaria y secular sombra descansó una vez de sus fatigas Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios. Convencido estaba el campesino de “La Mulera” que el genio de Bolívar inspiraba sus obras.

El presente no ha sido menos escamoteador de ese pasado nuestro en cuanto al uso y abuso del Libertador y su legado histórico. Dejo al “hipócrita lector” las odiosas comparaciones.




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