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La OLP y la represión
Desde hace algún tiempo para acá me he encontrado con otro represor, sin uniforme, ni cargo, ni autoridad concedida por el Estado.
Pedro Salima | psalima36@gmail.com

28 Ago, 2015 | En lo personal rechazo de plano la represión. En primer lugar por razones de mi formación humanista y en segundo lugar por experiencia de vida.

Al poco tiempo de nacer, mi padre resultó víctima de la represión desatada por la dictadura perezjimenista y fue a dar con sus huesos a prisión. Yo, siendo un imberbe de 12 años, recibí mi primer rolazo de la policía adeca. Iba de mi barrio a un liceo cercano, junto a dos amigos contemporáneos, a ver unas carajitas. Nos tropezamos con una camioneta policial y cuatro agentes que sin mediar palabras nos agredieron. De allí en adelante se suman varias agresiones en mi contra; las suficientes para tener un rechazo nacional a cuanto integrante de un cuerpo de seguridad se me acerque. Así que de plano ningún policía, guardia nacional o semejantes me cae simpático.

Desde hace algún tiempo para acá me he encontrado con otro represor, sin uniforme, ni cargo, ni autoridad concedida por el Estado.

Se trata del guapetón (en casos, la guapetona) del barrio, bien del que habito o de otro, que sin miramientos atropella, insulta, empuja, amenaza y se impone por la fuerza.
Tan represivo como el policía que agrede bajo el amparo de su cargo y uniforme; en este caso, bajo el amparo de su arma y el efecto de las drogas.

A mí me tocó crecer en un barrio, con su llamada zona roja incluida. En ese barrio vivían malandros de alto nivel. Tipos que se fajaban a plomo con la policía. Eran agresivos con quienes le agredían. En lo personal me trataban del “camarada Salima” o del “ñángara del barrio”.

Ese tipo de malandro quedó para la historia, para la referencia anecdótica. La actualidad nos presenta a unos tipos o tipas llenos de odio, agresivos, capaces de asesinar por cualquier vaina y que no detienen su violencia ante la edad o el estado físico de los demás. Un hombre con el humanismo a flor de piel, como Hugo Chávez, y su política de inclusión, del perdón tras el perdón, de brazos abiertos porque el país es de todos, fue paciente, condescendiente y abierto para este sector de la sociedad. Lamentablemente, el malandro, las bandas de delincuentes, vieron esta actitud como un gesto de debilidad de parte del jefe de Estado, por lo tanto del Estado mismo. A esto se unieron otros factores, como el mensaje de violencia brindado por medios como la televisión y sus programas de violencia, el endiosamiento del delincuente en la programación televisiva, además de la vecindad con la violencia, el sicariato y las mafias que se vive en Colombia desde décadas atrás. Situación que llevó al periodista y político José Vicente Rangel a advertirnos sobre la posibilidad de la colombianización de Venezuela. Lo hizo hace más de 20 años.

Es lógico, aunque no aceptable, que en la Operación Liberación del Pueblo, se vean excesos de los cuerpos de seguridad del Estado. Hay que denunciarlos. Tal como se ha hecho. Y esas denuncias han tenido respuesta de parte de organismos como la Defensoría del Pueblo y la Fiscalía. Pero la OLP está cumpliendo su cometido de enfrentar la delincuencia; en especial a las bandas organizadas. Nuestro apoyo a esta Operación, siempre atentos ante cualquier exceso.

O eso, o lo asumimos como lo hizo un pequeño grupo de una comunidad porlamarense: colocamos en el papel de héroes a los jefes de las bandas.




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