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Después de Ayacucho: el otro cuento
Patético es comprobarlo en esa siempre retrasada historia nuestra. Por ignorancia de nuestros hombres repetimos ya no la tragedia, sino la comedia.
Ramón Ordaz | rordazq@hotmail.com

27 Ago, 2015 | El siglo XIX venezolano fue un aluvión volcánico, un desmadre que atravesó el siglo XX y corre el magma todavía por las calles del XXI. No ha cesado la pólvora de estos tres siglos, el humus maloliente de la chamusquina parece haberlo impregnado todo. Un hedor, ¿el miasma de nuestra historia?, convertido en burbuja de smog empaña nuestros cielos. Maldición y excusa de una deuda impagable: la gesta emancipadora, consumada la independencia en 1824, ha sido una gestalt abierta de la que se han valido los más picarescos gobiernos para "vindicar" a nuestros pueblos.

Patético es comprobarlo en esa siempre retrasada historia nuestra. Por ignorancia de nuestros hombres repetimos ya no la tragedia, sino la comedia. "Después de Ayacucho" (1920) es una de esas primeras novelas de Enrique Bernardo Núñez que, más allá de la construcción novelesca (el mismo Núñez estaba consciente de su proyecto narrativo), constituye un valioso documento por lo que proyecta de nuestra perturbadora historia.

Más que símbolo de un largo período, es la metástasis de un mal que no ha sido extirpado de la conciencia colectiva. El Cnel. Saldaña, Jefe de la Revolución, después de expropiar de sus bienes a Gaspar Montenegro, un mantuano que sobrevivió a la guerra de independencia, espetará al ambilado hijo del pueblo, Miguel Franco, peón de Montenegro lo siguiente: "A ti también te lo digo. Tú que eres un chancletudo, debes dedicarte a la guerra; porque la espada da lo que no da la cuna. Yo crecí entre la pólvora y si tú quieres ser hombre, si no quieres ser un sirviente toda la vida, debes hacer lo mismo que yo". Un poco más adelante creemos estar frente a un espejismo, pero es la cruda realidad la que se interpone. Dos conmilitones revolucionarios, partidarios del General Monagas, dialogan. El liberal Pantoja y una de esas columnas vertebrales del Partido, Gadea, hombre de confianza del Presidente Monagas, es todo oídos para aquel: "¡Hoy es un día de regocijo en el Olimpo…La obra de los Libertadores va a completarse sellando el pacto de libertad que proclamaron con su sangre en Carabobo y Ayacucho!". Desde siempre los cuarteles nos han vendido una patria de aserrín como emulación de esos primeros hombres que aparecen en el Popol Vuh de la saga centroamericana. Ni con "pega loca" patrias como esas se mantienen ni se mantendrán. Como en las religiones, en las sectas y en las mafias, es cuestión de juramento y fe. De allí en adelante cualquier paso en falso es traición. Oh, miseria y engaño de tantos esperpentos. Páez no fue enemigo de Bolívar, pero llegado el momento crítico, se deslindó y pudo construir nuestra república que veía amenazada por el odio de Santander. El mismo Páez, en su segunda Presidencia (1842), sería el hombre que repatriaría los restos de Bolívar y daría lugar al mito bolivariano.




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