Porlamar
18 de abril de 2024





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Concierto en el meridiano insular
Cuántas horas en la fría madrugada esperando que el padre bajara a la plataforma como reliquia para quien no concebía el sueño y tan solo deseaba el regreso para compartir las viandas y tener la certeza de que era nuestro padre un ángel en los cielos negros del petróleo.
Ramón Ordaz | rordazq@hotmail.com

5 Ago, 2015 | Con sus pajonales y sus pulverizados caminos, con sus vértices y sus espejismos, con sus trofeos y sus indecibles fracasos, con sus encumbrados paraísos y sus roturados sueños por un lápiz andariego, con su bajo perfil en la comarca y sus veneros de futuros posibles, con su humanidad engastada en el rodeo familiar de insulares verbos y su réplica de otras diásporas en la orfandad de la sabana, el pasado que somos tiene algo de Esfinge, es piedra tallada en las rudas horas de nuestros padres en las patas de los taladros, conversando bajo la luz distante de los mechurrios donde, tal vez, en las alturas de las cabrias el encuellador divisaba el mar que había dejado atrás. Cuántas horas en la fría madrugada esperando que el padre bajara a la plataforma como reliquia para quien no concebía el sueño y tan solo deseaba el regreso para compartir las viandas y tener la certeza de que era nuestro padre un ángel en los cielos negros del petróleo.

Esas palabras nocherniegas, ¿dónde están? ¿Cómo reconstruirlas? ¿Por qué hay cintas borradas en la memoria? Lumbres acústicas me vuelven al calor de nuestro hogar, ese encapsulado pasado en los arenales de la Meseta de Guanipa, donde a cada palmo de tierra la itinerante conciencia isleña levantaba puentes de ilusión para el regreso. No fue posible; te marchaste, así lo quiso el tiempo, el indiferente tiempo al que nada importa nuestra hoja de ruta; pero que se rinde, dulcifica su áspera luz al paso de insinuantes, sinuosas notas musicales; inolvidables momentos cuando del pick-up Siemens fluían soberanas la "Suite Margariteña", "Ondas marinas", "Margarita", "Galerón margariteño", "Castro en Margarita", "El Carite" bajo la inconfundible batuta de Inocente Carreño, embrujo que en los años sesenta volvió aristocráticos nuestros primitivos oídos, fraguó para siempre un sello de identidad que ni la peor errancia ni el más voltario exilio podría erradicar.

Debo a Leopoldo Espinoza Prieto la devolución de ese pasado cuando puso en mis manos la reedición de esas obras del maestro Inocente Carreño en la Fonoteca de Nueva Esparta, producción ejecutiva suya y facturada por el Iasbtiene. Gracias, Leopoldo, por devolverme ese "viejo" Inocente Carreño y, con él, a mis padres, que no eran músicos, pero deleitaban su tiempo, yo en su séquito, oyendo las magistrales ejecuciones de la música margariteña por el maestro porlamarino. Adosado al alma, como olas de saudades que van y vienen, llevamos el galerón que versiona Inocente Carreño, arrastrando nostalgias que llegan hasta esos remansos de la jota y la malagueña "con destellos de azul melancolía", del recién homenajeado poeta y cantautor Ibrahim Bracho.




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