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25 de abril de 2024





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Salazar Martínez: "Duélenme el pan, el aire, la palabra más pura"
"era un hombre puro que amaba su país", nos afirma entre congojas y lágrimas Lelys, su cordial, consecuente esposa.
Ramón Ordaz | rordazq@hotmail.com

29 Jul, 2015 | Los poetas, los auténticos poetas, traen su propia lumbre, su propio rescoldo alrededor del cual escriben los poemas y, sibilinamente, concentran la energía en estos, convencidos de que el tiempo no tiene anchura ni altura ni dimensiones reales, sino que tan solo acontece, y cualquier chispazo de la imaginación del hombre puede revivir la hoguera que alguna vez fue pebetero, fiat lux, en ese hierofante, aeda, nefelibata o poeta que vino a la tierra a cumplir su misión: decir su palabra como lo ordenan los manes superiores. No como las alardosas guacharacas que escandalizan el orbe desde las cumbres de acacias y flamboyanes; sino como el canto del pájaro verde agua que no vemos y se esconde en la floresta, pero que existe porque en los dorados latidos de su plumaje se explayan pentagramas de letras desconocidas. Oímos su música distante y tratamos de traducir en lenguaje de pastor de almas el flujo de su oración. Aumenta, se acentúa la orfandad del mundo porque la poesía está ausente en el comercio cotidiano del “humano ser”, como diría María Zambrano. Tiempos como los nuestros, cuanto más se festeja la poesía, es cuando menos presente está en el ágora porque todo lo subsume la propaganda y la política. No es el nuestro un tiempo de poesía, y si a buscarla vamos, está allí, detrás de la fronda de tantos libros, de tantos poetas olvidados, porque sigue siendo el bíblico y enigmático carbunclo de los antiguos que, con toda la modernidad a cuestas, buscamos todavía. Se nos muere el poeta Francisco Salazar Martínez y pudiéramos decir, ¡bendito!, porque estaba frisando los noventaiún años. Paciente y sereno lo percibimos siempre; "era un hombre puro que amaba su país", nos afirma entre congojas y lágrimas Lelys, su cordial, consecuente esposa. No alcanzaría nuestro modesto espacio para dar cuenta de una trayectoria de más de sesenta años en la vida literaria de nuestro país. Bastaría recordar que recibió palabras de estímulo del Premio Nobel Vicente Aleixandre, que compartió con Neruda, que trabó seria amistad con el poeta cubano Nicolás Guillén. Que amaba a su país, ¿cómo ignorarlo? Suficiente con adentrarnos en su poesía para cerciorarnos del hombre auténtico que fue. Su “Carta al General Juan Vicente Gómez” (1949), “plaquette” que prologara valientemente José Ramón Medina, fue un documento lírico cuyo blanco real era Marcos Pérez Jiménez, época de ingrata recordación para el poeta, ya que en vísperas de su muerte, ante los dolores que sentía resollaba su voz por ese túnel del tiempo cuando era torturado en la mazmorras de la Seguridad Nacional. Sus cantos a Ezequiel Zamora, a José Leonardo Chirinos, a Juan Francisco de León, escritos décadas atrás, parecen poemas de encargo de los “líderes” del presente, porque los poetas oficiales no tienen talante ni talento para empresas como esas.




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