Porlamar
25 de abril de 2024





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El ñeco de Elvira
Nos contaba mamá que le mojaba los labios con un poco de alimento, esperando el peor desenlace de la parálisis infantil que lo poseyó, pero José Concepción logró superar el momento, llegó a adulto y tiene sus hijos y nietos aunque debe trasladarse en su silla de ruedas por el pueblo y sus recovecos.
Mélido Estaba Rojas | melidoestaba@gmail.com

26 Jul, 2015 | En Margarita “los ñecos” son una institución, a tal extremo que resulta normal y hasta de cariño decirles así a aquellas personas que presentan algunos inconvenientes para realizar sus actividades de movilización; sin que en modo alguno esa expresión se llegue a tomar como ofensa o menosprecio. Hay la certeza de que en el término va implícita una identificación real, que está muy lejos de la falta de respeto, y que más bien atiende a nuestra idiosincrasia. En mi casa, allá en Altagracia, para no ir tan lejos y no quedarnos por fuera, tenemos también -gracias a Dios- a nuestro ñeco, que padeció los rigores de la poliomielitis cuando era apenas un muchachito de seis meses, de tal manera que mi progenitora lo llevó a todos lados, comenzando por la Clínica del doctor Ardila, en Juangriego, en busca del remedio que jamás consiguió. Nada logró devolver al niño la consistencia en sus piernas. Nos contaba mamá que le mojaba los labios con un poco de alimento, esperando el peor desenlace de la parálisis infantil que lo poseyó, pero José Concepción logró superar el momento, llegó a adulto y tiene sus hijos y nietos aunque debe trasladarse en su silla de ruedas por el pueblo y sus recovecos. Los nueve hijos restantes volamos del nido, mientras que “el ñeco de mi casa” heredó las habilidades del buen zapatero que era papá, convirtiéndose en un maestro en eso de remendar, y se mantiene dándole calorcito a la casa apacible, que en otros tiempos fue una muchachera alborotada.

Como vecino tenemos a otro ñeco famoso –“El ñeco de Elvira”- mi compadre de sacramento, excelente persona e insuperable cocinero del frijol con carne e’puerco, pero con atención estricta a aquel viejo dicho que reza que “no hay ñeco bueno”. Desde los mejores tiempos, cuando pichones, explorábamos por los cardonales armándole lazos a las tórtolas, buscando fruticas silvestres, bañándonos en la mar y haciendo bellaqueras. Particularmente cuando nos reencontramos le entono parte de un verso que le compuse: “el ñeco, el ñeco de Elvira, anda por esas sabanas, matando, matando iguanas y buscando curichaguas”. En mi reciente viaje al pueblo, nos entusiasmamos repasando los capítulos del antier, bajo el toque del aliño espirituoso, y -como cosa rara de los bebidos- reincidimos en apuntar cuánto nos queremos, a tal extremo que mi compadre se pasó del guamo y me dijo “cuando yo me muera quiero que usted ayude a cargar mi urna”. Frente a esa comprometedora solicitud, no me quedó más remedio que aceptar olvidando mis dolores en las coyunturas, pero también pretendí ponerlo en tres y dos: “bueno compadre, está bien… ¡pero eso sí!... si yo me voy primero usted ayuda a cargar la urna mía”. Doroteo Rodríguez, nombre de pila, con su habilidad característica para salirse de los embrollos, replicó que él no tiene ningún problema para conformar el equipo de mis cargadores, que lo haría con todo el gusto del mundo aunque se le caigan las alas del corazón con el llanto. Pero me lanzó una advertencia que me hizo recapacitar y esguañangarme de la risa:

-Bueno mi compadre, yo lo puedo cargar, pero antes de morirse ponga un avisito en “El Sol de Margarita” a ver si consigue aquí tres ñecos más como yo, porque sino la urna va a ir renquiando del lado mío y eso se va a ver feísimo por toda la calle hasta el cementerio.




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