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Carlos Márquez, el de Guanoco Escucharlo decir que en Caripito decidió ser actor, entonces mi pecho de caripiteño se infla en demasía al contar sus travesuras en las calles polvorientas del Caripito mágico de los años 30 Félix Roque Rivero | canaimaprofundo@hotmail.com
2 Jul, 2015 | Ver a Don Carlos Márquez Cappechi encaramado en las tablas es sentir un inmenso y profundo orgullo de ser venezolano. Escucharlo decir que en Caripito decidió ser actor, entonces mi pecho de caripiteño se infla en demasía al contar sus travesuras en las calles polvorientas del Caripito mágico de los años 30 y 40, maravillado con el guaral del volantín multicolor mirando el cielo azul, sentirlo de nuevo correr detrás de un ring de bicicleta, con un palito en la mano y bajo un fuerte aguacero, con sus pantalones cortos entrando al cine Ayacucho y al Princesa para ver a Chaplin y al regordete Orson Wells y a los charros mexicanos con Jorge Negrete a la cabeza. En la penumbra del Celarg, un hombre de 89 años avanza pensativo sostenido en un bastón y con una voz grave, firme como un trueno espeta: “¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son”. Es el Segismundo de Calderón de la Barca que nos reclama desde la semioscuridad, reclamo personificado en el primer actor de Venezuela que tras 73 años de actuación, aún tiene fuerza y lucidez para arrancarnos lágrimas y aplausos de emoción, el mejor premio para un actor, así su piel sea ya un porrón agrietado por la experiencia y la larga vida que ha llevado Don Carlos desde que salió de su pueblo natal Guanoco, desde donde se vino a vivir a Caripito, llevando consigo el olor asfáltico de aquel negro lago. Al tomar la mano de Don Carlos, sentí su fuerza, su bondad; un hombre de izquierda que manifiesta haber estado siembre al lado de los más humildes porque vivió y conoció la pobreza; que lloró cuando murió Chávez y que aconseja a los jóvenes no malgastar sus vidas en parrandas y malas compañías. Don Carlos está viviendo su última oportunidad y el Estado y la sociedad deben respaldarlo sin remilgo alguno. Hagámoslo ahora, cuando aún podemos escuchar su voz y apretar su mano amiga, fuerte y olorosa como el asfalto de su querido Guanoco.
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