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23 de abril de 2024





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Carlos Cedeño: Socaire del Ángel Innumerable
El gran movimiento del siglo XX, el surrealismo, abrió ventanas propiciatorias para la liberación total del espíritu humano. Fue una forma de asumir estéticamente la vida sin cortapisas.
Ramón Ordaz | rordazq@hotmail.com

1 Jul, 2015 | Todo poeta tala bosques imaginarios, explora océanos, emprende viajes sin cartas de navegación, naufraga sobre las arenas salvajes de cuerpos femeninos en playas jamás vistas, y, por esos itinerarios que vendimia del sueño, construye la casa que arrastra como el caracol la suya. Se puede vivir a la intemperie, privado de las ilusiones materiales y de los poderes del mundo, pero el poeta sabe que la casa que construye con su lenguaje tiene techo más alto, por la que pasan vientos fecundantes, donde espacio y tiempo empiezan a trascender. Sólida quiere su casa el poeta, incontaminada de esas poluciones que dejan el tinglado social y político, esos orgasmos esterilizantes del circunstancial cargo público. El gran movimiento del siglo XX, el surrealismo, abrió ventanas propiciatorias para la liberación total del espíritu humano. Fue una forma de asumir estéticamente la vida sin cortapisas. Pudo el hombre sacudirse los complejos de un pasado de hipócritas clerizontes y echar a andar hacia una modernidad, libre de ideas embutidas y de ortodoxias. El surrealismo ha dejado obras memorables en la cultura de Occidente. En nuestro país, aunque tardío, se hizo manifiesto en Juan Sánchez Peláez, Adriano González León, José Lira Sosa, Juan Salazar Meneses, sin que pueda afirmarse que eran surrealistas de oficio. El margariteño Salazar Meneses y Lira Sosa, asimilado, sin duda, a nuestra insularidad, dejaron una huella en nuestro entorno que merece la distinción. Entre sus seguidores, los primeros poemas de Ángel Félix Gómez llevan esas trazas que, debió reconocerlo después, no era su camino; en la proa del insular bajel surrealista abrió fuego Carlos Cedeño Gil con su libro “Ángel innumerable” (1993) y esa fidelidad de navegante la reafirma este 2015 con el poemario “Socaire”, con el que obtuvo el premio de la Bienal Literaria “José del Carmen Rosa Acosta”, coeditado por el Fondo Editorial del Caribe y el Fondo Editorial “Efraín Subero”. Entre las muchas definiciones que da Octavio Paz del surrealismo, entresaco la siguiente: “El surrealismo ha sido el discurso del niño enterrado en cada hombre…”. Sí, hay cierta castidad, un pregón de inocencia en los versos del poeta que deja fluir la conciencia sin que haya alcabalas en el lenguaje que profiere y borronea sobre la página en blanco. “Socaire” es una extensión y una reescritura de “Ángel innumerable”. La mesura y limpidez de la forma que se impone en éste, en “Socaire” despliega su plumaje con más libertad, con más atrevimiento en cuanto a la ambigüedad del significado, con mayor intensidad y violencia el choque de sentidos, con más plenitud el quiebre del sentido común, porque “Al margen del tiempo te columpias infancia/ y el olvido enciende la flauta del viento” (Socaire).




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