28 May, 2015 | Muchos se preguntan por qué Caracas es la capital más violenta del mundo, por qué nuestro país es segundo o tercero en ese tenebroso ranking; por qué vivimos con la muerte en el alma, padeciendo las desventuras propias y las de amigos y familiares, resignados casi a que llegue el momento inescapable en que la delincuencia se cebe nuevamente en nosotros.

Algunos con candidez y otros con ideología, han respondido a esta interrogante señalando a la pobreza y a la desigualdad social como causas primordiales. Pero esta explicación no resulta convincente si tomamos en cuenta que existen otros países más pobres y desiguales que el nuestro, que no sufren este problema o que, por lo menos, no lo sufren en la atroz dimensión que nosotros. Por eso es cada vez mayor la cantidad de venezolanos que hemos entendido que la verdadera causa de la delincuencia es la impunidad; y que el culpable, sin atenuantes ni excusas, es el gobierno bolivariano.

Pareciera que el gobierno tomó particular empeño en desmontar su capacidad para hacer justicia. El poder judicial se ha partidizado y envilecido a tal nivel, que una magistrada del TSJ prepara la ruta de fuga de un narcotraficante y le acompaña en la aventura. Las cárceles son un desastre. Los cuerpos policiales, deficientemente equipados y peor pagados, pierden casi todas las batallas.

Pero lo peor es el modelaje social negativo que propicia el gobierno al convertirse en el perfecto arquetipo de la arbitrariedad impune. El gobierno expropia y no paga, es decir, roba. El gobierno se apropia de 20 mil millones de dólares de todos los venezolanos y los reparte alegremente con sus cómplices. El gobierno atropella y encarcela a quien disiente utilizando a la Ley no como instrumento de justicia, sino de venganza y represión.

Para acabar con la delincuencia, hay que poner fin a la impunidad. Para acabar con la impunidad, hay que cambiar de gobierno.