Porlamar
20 de abril de 2024





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Homenaje al primer cronista (ii)
Toda auténtica poesía tiende a darnos razón del ser y el estar, a llevar luz y poner de relieve esos márgenes oscuros de la existencia.
Ramón Ordaz rordazq@hotmail.com

27 May, 2015 | Un científico sin imaginación es alguien improductivo para el ejercicio casi místico de traducir el universo que nos rodea en esas maravillosas fórmulas que lo interpretan. Hasta el hecho más cierto en el transcurso del tiempo se relativiza, no es más que una franca coordenada que en el acontecer del mundo no abandona su condición de hipótesis. Todo es posible porque la verdad pende de un hilo de araña. La verdad vive en el Laberinto, y no hay hilo de Ariadna que lleve a ella.

Transitorio, circunstancial, es nuestro paso cuando nuestra mirada se recrea en esos huertos de ayer, en esas calles y senderos que transitamos y que ya no están, pero que nuestra inocencia del pasado sigue encumbrando como el paraíso perdido. Nada ni nadie detiene el curso de las cosas, vale decir, desgaste, erosión, acabamiento. Es frágil la frontera que va del pasado al presente, y el futuro no acaba de llegar. Vivimos una permanente ficción y no queremos aceptarlo. Nos proveemos de los métodos y las mejores herramientas para penetrar en esos campos de certeza que, al poco tiempo, la insatisfacción en la búsqueda del conocimiento empieza a dar giros copernicanos.
¿Cuánto más habría que exigirle al discurso histórico? Sin las acuarelas del seductor espacio exterior y sin las luces de un buen acopio literario, la historia como la crónica faenan sobre una tierra yerma, porque su oficio no se reduce a la mera transcripción del dato o hallazgo, sino que su valor se empina cuando la interpretación es, a su vez, una lúcida objetivación poética del universo. Ante lo que no está más, ante lo irrecuperable, sólo podríamos acceder a través de los vasos comunicantes de la poesía, y entiéndase a ésta no como un oficio de versolari o de inspirados aedas cumplidores en la barra; digo poesía, y expreso con ella la concreción mágico-religiosa que de la Biblia al Watunna de los makiritares son esfuerzos cosmogónicos que pretenden una explicación de nuestros orígenes.

Toda auténtica poesía tiende a darnos razón del ser y el estar, a llevar luz y poner de relieve esos márgenes oscuros de la existencia. Palabra que convoca e invoca lo ausente, esa es la poesía; llave virtual que abre las cerradas puertas de nuestro pasado y, cuando las abre, es para el diálogo con el presente. ¿Cómo no maravillarse ante la trascendencia de la crónica margariteña de Enrique Bernardo Núñez, "Cubagua", que luego devendría en nuestra primera novela de vanguardia?: "En el centro de Margarita La Asunción erige sus paredones de fábricas abandonadas hace mucho tiempo y las tapias blancas de sus corrales ornamentados de plátanos. El color es la magia de la isla". ¿Cómo no reconocer ese pasado, que no es el mismo, pero que se hace presente gracias a las esculpidas palabras del escritor, del cronista? ¿Cómo no reconocernos, entonces, los eternos viajeros en un tiempo sin historia?




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