Porlamar
18 de abril de 2024





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La prima Dilia
Un homenaje a los recuerdos sembrados, florecidos y cosechados, nunca está de más en este huerto de los días donde la mala hierba insiste en levantarse.
Mélido Estaba Rojas | melidoestaba@gmail.com

18 Abr, 2015 | Las virtudes de Altagracia, como población, van mucho más allá de sus dotes laboriosas y la solidaridad de su gente, que se refleja en el compromiso de remendar la vida para hacerla más llevadera. La hermosura de las "jateras" es una cualidad indiscutible, concentrada en picardía y prestancia que ilumina la visión y reconforta el entusiasmo para seguir adelante en el caminito inexpugnable del destino (que lo digan los amigos del Valle de Pedro González). Me enredo en los recuerdos juveniles, al son de mi bicicleta por las rutas que llevaban al pozo o la "cantarilla", donde se asoleaban los trastos en espera del avanzar de la cola para llenar. Las gabarras llegaban por Juan Griego y camiones fantásticos repartían el agua por los rincones de la Isla, resolviendo el problema de la sequía. No había nada comparable con el pedalear al lado de las muchachas, haciendo malabarismos para conservar la docilidad de la bicicleta, mientras ellas –sosteniendo con el equilibrio de sus caderas el tambor en la cabeza- mantenían sus manos ocupadas en el bordado de los cortes. Cayenas en las orejas, agua que goteaba impertinente para premiar la perfección de los senos, y elasticidad en la soltura de tormentas celestiales, fueron parte de aquella gloria.

Y entre los olores frescos de la pomposidad juvenil, destacaba la prima Dilia, con sus ojos armonizados en esperanza, la sonrisa de los querubines, y sus formas corporales que se tatuaban en el alma de los designios amorosos. Ella era tempestad ruidosa pero apacible, regaladora de ilusiones, que lo bañaba todo con la humildad sincera de su belleza interna. Hablo de Dilia González Rojas, la prima querida, como pudiera hacerlo de todas las muchachas del pueblo, que respiran el donaire de la ternura y exhiben el terciopelo de la felicidad; de los que jamás me hubiese desamarrado si no fuese por estas leyes del mundo que todo lo tergiversan, para dejarnos en el limbo del desencanto, alejados del terruño. Un homenaje a los recuerdos sembrados, florecidos y cosechados, nunca está de más en este huerto de los días donde la mala hierba insiste en levantarse.

Dilia iluminó corazones, porque atesoró la armonía que tanto reclaman los poetas; pero también es diestra en las artes del apoyo al necesitado, en base a los principios aprendidos de la grandeza familiar. Resultó envidiable cocinera, cosa nada extraña en este paraíso de abonos que es Altagracia. Cuando andamos por esos rumbos nos invita a su chivo guisado y a lo ameno de su conversa, y rememoro los sancochos de Magdalena –su progenitora- en tiempos de abundancia y de “vamos a matar esa gallina para hacer un pebre”. La prima Dilia cumple años por estos días, bajo el amor y el calorcito de su compañero Augusto; y de su muchachera, abanderados por sus retoños: Belkys, María, David, Rosa, Carmen, y Josenny. Sirva esta pequeña señal de reconocimiento como ramillete de flores de cautaro o guamache para ella y todas las "jateras", porque las sé nobles, trabajadoras y bellas, empeñadas en la misión de avanzar. ¡Que Dios la bendiga, prima!




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