Porlamar
25 de abril de 2024





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El vendedor de crucifijos
Otro de aquellos genios, que respiraban optimismo e infundían una confianza infinita en sus clientes, extendió -frente a mi madre- en un pañito de terciopelo negro, una gama llamativa de cadenas y crucifijos de oro brillantísimo.
Mélido Estaba Rojas | melidoestaba@gmail.com

30 Mar, 2015 | Muchas de las innovaciones que persistían para meter a mi pueblo por las veredas del modernismo, nos llegaron desde Los Caños. Muchos de los sueños de los muchachos de entonces se focalizaban en la esperanza de ir hacia aquellos rumbos de Tucupita, por donde caminaron tantos de nuestros precursores jateros, a "regar" tabacaleras, pantuflas y zapatos para retornar al mes a cobrar. Muchos de los retoños prominentes de toga y birrete –o sin ellos- que ahora refuerzan el gentilicio gracitano, fueron concebidos y guiados al son del martillear sobre suelas estreñidas, el eterno tejer moriche, o el bordar de sedalinas sobre cortes de semicuero y tela gamuzada. Mucho del beneficio económico que apuntaló fortalezas familiares y decretó mejores formas de persistir, se cocinaron en la paila de la dedicación comercializadora de aventureros de mar y ríos que rebuscaban el bienestar desde que Dios echaba su luz al mundo. En los confines de la máxima tentación del viajero no había concepción más alucinante que perderse, sin perderse, por esos vericuetos misteriosos y legendarios del Delta, donde la vida seguramente tenía un sentido y una ruta distinta a la que transitábamos los inocentes margariteños.

Por mi casa en "Punta Brava" pasó alguna vez el vendedor de polvillo para matar zancudos, que por siempre asentaron su cuartel general en el reguero de orines que producíamos con generosidad los diez hijos. Y papá vio la solución del problema en la maravilla que el hombre le ofrecía provocativa en bolsitas de a locha. "Dame cuatro" y le extendió el único real de la jornada, con la certeza de que por fin se acabaría el tormento de los insectos zumbadores y punzopenetrantes. Pero ¡nada de nada! Los animales siguieron en su fina tarea, sin hacer ni ñinga de caso al repelente traído desde Tucupita por aquel vendedor de sueños. Como a los dos años recaló anunciando otras ventas innovadoras y mi padre lo enfrentó con el reclamo por el efecto nulo de aquel polvillo que le vendió a precio de revolución, hacía 24 meses. El oferente se alarmó y con expresión de interés le preguntó a mi padre que cómo había aplicado el producto. "Bueno, yo lo regué por toda la casa". ¡No hombre!... ¡así no es! Usted tiene que ir agarrando zancudo por sancudo y les va echando un poquito en la boca; así se mueren toditos. No queda ni uno, insistió.

Otro de aquellos genios, que respiraban optimismo e infundían una confianza infinita en sus clientes, extendió -frente a mi madre- en un pañito de terciopelo negro, una gama llamativa de cadenas y crucifijos de oro brillantísimo; y ella, como cristiana convencida, echó mano de los realitos producto de la venta de los puercos que engordaba, para hacerse acreedora a una imagen de Nuestro Señor crucificado, y tenerla como reliquia testigo de su credo, guardián de la casa y su muchachera. Gran decepción cuando al paso de los días la imagen renunció a la brillantez que la adornaba y se tornó negra y repelosa. Mamá –que no pelaba una- coincidió con el vendedor 28 meses más tarde y le reclamó el engaño, pero él con la parsimonia de los convencidos, la interrogó pidiéndole calma. Vamos a ver señora Leonarda… dígame ¿Cuántas misas le ha mandado usted a hacer a este Cristo?. Mi vieja, algo confundida, bajó el tono y respondió que no le había hecho ninguna.

-Ahh…ninguna ¿Verdad?. Y usted pretende que Él esté lindo y contento… Mire, le voy a decir que este Cristo está negro de la calentera que tiene porque no le han hecho ni una misita.




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