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18 de abril de 2024





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La pedagogía del amor
No obstante, esas transformaciones no han podido generar una vinculación de aforismos que rompan la anarquía y la disonancia de sentimientos, que a su vez, reencuentren la internalización de los aprendizajes en conductas positivas que desde la escuela, sean cónsonas hacia el equilibrio de la sociedad y la naturaleza en términos de convivencia ciudadana.
Javier Antonio Vivas Santana | @jvivassantana

26 Mar, 2015 | La educación ha tenido desde sus inicios en Oriente y Grecia, pasando por los sofistas y Sócrates, el triunfo del cristianismo sobre todo ese conglomerado imaginario de seres fantásticos que adornaban las historias del mundo literario heleno, el esplendor del Imperio Romano, la aparición de Cristo hasta el renacimiento, las llamadas escuelas escolásticas, la “aparición” del “cogito ergo sum” en Descartes, las escuelas pedagógicas del siglo XVII, el “contrato social” en tiempos de Revolución Francesa, las ideas libertarias de Miranda, Rodríguez y Bolívar, el viaje a las regiones equinocciales de Humboldt, el noúmeno kantiano, las ideas hegelianas, el sentido pedagógico de Pestalozzi, el romanticismo, las posiciones psicológicas de Freud, el nihilismo nietzscheano, la aparición positivista del siglo XX, pasando por los fatales desenlaces de las guerras mundiales hasta el mundo tecnológico contemporáneo, todo se ha desplazado sobre un cauce turbulento relacionado con las visiones del ser y el mundo asociado entre conductas y procesos de aprendizaje.

Cada etapa de la historia educativa y pedagógica, es decir del conocimiento, ha estado marcada por transformaciones en los aprendizajes. No obstante, esas transformaciones no han podido generar una vinculación de aforismos que rompan la anarquía y la disonancia de sentimientos, que a su vez, reencuentren la internalización de los aprendizajes en conductas positivas que desde la escuela, sean cónsonas hacia el equilibrio de la sociedad y la naturaleza en términos de convivencia ciudadana.

La pedagogía no es una doctrina nihilista que se aparta en su totalidad de lo divino, pero tampoco como diría Ingenieros (2003) se aferra buscando convertir a los seres en necios al confiar todas sus acciones en la providencia. Hay que encauzar el espacio pedagógico entre la nostalgia y alegría de la infancia, lo imaginario y visible de los contenidos curriculares, lo estático y lo dinámico de los hechos sociales, lo claro y lo oscuro de los decisiones y actos del ser, y en una concepción educativa que pueda permear hasta la interrelación ciudadana, un nuevo prolegómeno de sentimientos que hagan comprender a los educandos, docentes y sociedad, los preceptos naturales que construyan una pedagogía basada en el sentido de los procesos que muevan la consciencia humana hasta los valores fundamentales de la ética del amor y las expresiones floreadas de los aprendizajes.

Cuando cualquier sendero aparezca nublado u opacado por las adversidades y complejidades sociales, hay que vitalizarlo con el amarillo del sol para transformar ese camino en una apropiación de luz. Empero, también hay que advertir que en ocasiones lo que aparece claro ante nuestros ojos, pudiese implicar aspectos negativos para la construcción de la pedagogía y porque ésta se fundamenta en la espontaneidad del sentir, y la educación por el contrario, vincula contenidos y documentaciones curriculares centrando los aprendizajes en connotaciones formales, muy apartado del ser espiritual, metabólico en la recepción y emisión de las emociones. Unir sentimientos en el contexto educativo con la pedagogía del amor es el primer paso que necesitamos para (de)construir el conocimiento.




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