29 Ene, 2015 | Hace un par de semanas, el yerno del comandante Chávez llamó la atención del país con unas destempladas declaraciones amenazando a la oposición con la cárcel de Ramo Verde. El insolente vicepresidente redondeó la faena afirmando: "Chávez logró que nosotros nos reapropiáramos de la renta petrolera. No la vamos a soltar más nunca".

Esta última frase revela la verdadera esencia del actual gobierno; se trata de una casta militar cívica, de una decadente oligarquía, cuya sola preocupación es mantener el control monopólico sobre los ingresos que produce el petróleo. El país y su destino es para ellos un asunto irrelevante.

Cuando asumimos esta perspectiva, encontramos la explicación a la parálisis del gobierno ante la severa crisis que tenemos frente a nosotros. Acostumbrados al usufructo sin control de unos ingresos que parecían inagotables, la caída del precio del petróleo deja al descubierto su absoluta ineptitud para el manejo de los asuntos públicos. En este sentido, los desvaríos del presidente Maduro son de antología: "estamos blindados", "la gira fue un éxito", "no reduciremos el gasto", "contamos con los recursos para mantener el ritmo económico", "Dios proveerá".

El socialismo del siglo XXI hace ya tiempo es letra muerta que ni seduce, ni convence. Las potentes consignas que una vez animaron aquellas grandes concentraciones con Chávez como supremo oficiante, hoy, en la voz de Maduro, suenan como lastimeras jaculatorias que imploran la imposible resurrección del Caudillo. En fin, de aquel proyecto que tantas ilusiones despertó en tantos venezolanos, solo queda este destartalado y agónico gobierno, este lastimoso presidente.

En esta fase final (etapa culminante, la calificó este pasado domingo Leonardo Padrón) las cúpulas podridas del siglo XXI se aferran desesperadamente al poder. Pero la suerte está echada, "se acabó el show, los quiero mucho", habría dicho Renny.