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20 de abril de 2024





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Los globos dirigibles
Cuando el hombre, ser espiritual y material, deja que pese en su vida más lo material que lo espiritual, le es imposible alzar el vuelo hacia Dios, hacia el amor, hacia tantas satisfacciones buenas y nobles que tiene la vida.
Oswaldo Pulgar Pérez | opulgarprez6@gmail.com

20 Dic, 2014 | En el libro de Julio Verne "La vuelta al mundo en 80 días" se pusieron de moda los globos dirigibles de colores alimentados con fuego que los hacía elevarse al cielo. Llevaban una pequeña cesta donde cabían cuatro o cinco personas.
Mientras permanecía en tierra, el globo lo amarraban con unos mecates clavados a su vez con unas estacas al suelo. Otras veces lo reforzaban poniendo dentro de la cesta bolsas pesadas de arena que impedían que los globos alzasen vuelo por su cuenta. Para elevarlos bastaba ir echando al suelo las bolsas y el globo, cada vez más liviano, adquiría altura.

Cuando el hombre, ser espiritual y material, deja que pese en su vida más lo material que lo espiritual, le es imposible alzar el vuelo hacia Dios, hacia el amor, hacia tantas satisfacciones buenas y nobles que tiene la vida. Se queda como amarrado a la tierra, incapaz de alzar vuelo.

El papa Francisco se ha referido varias veces a este gran riesgo del mundo actual (…) una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Es la misma tristeza con la que se marchó el joven rico, que cambió la esperanza de una vida junto a Cristo y llena de afán apostólico por el pobre consuelo de la comodidad y el egoísmo.

Por eso, el Papa no tiene miedo de gritar con fuerza, especialmente a los jóvenes: "No os dejéis robar la esperanza (…) ¿Y quién te roba la esperanza? El espíritu del mundo, las riquezas, el espíritu de la vanidad, la soberbia, el orgullo. Todas estas cosas te roban la esperanza. Porque son espejuelos que prometen una felicidad definitiva ocupando el lugar que corresponde a Dios, pero que, en el fondo, no llenan el corazón del hombre, que está hecho para ideales más altos".

El cristiano debe estar vigilante para que no le roben la esperanza aquellos hábitos de la cultura actual que, por muy extendidos que estén en algunos ambientes, son síntomas claros de vanidad: los gastos excesivos en las diversiones o en el turismo; el afán por tener siempre más cosas o un modelo más nuevo de cada producto aunque no sea necesario; no cuidar los bienes materiales para que duren más tiempo, el sentirse inferiores a los demás por no gozar de las comodidades o adelantos tecnológicos que otros tienen, etc.

Todas estas preocupaciones son como mecates que las concupiscencias van tejiendo como la telaraña para atarnos a las cosas terrenas casi sin darnos cuenta, sofocan nuestro corazón y lo hacen duro y lento para seguir las invitaciones de Dios, quien habla suavemente en el alma y exige que estemos atentos a su voz.

Las necesidades de cada uno varían, conforme cambian las circunstancias personales: lo que resultaba superfluo siendo estudiantes, quizá será después muy oportuno al adquirir nuevas responsabilidades familiares o profesionales. Por eso, cada uno ha de encontrar la medida en el uso de los recursos materiales.

El reto se juega sobre todo en el corazón. Evitando el formalismo de ciertas reglas exteriores, porque así no se ama de verdad; tampoco se trata de una lista de criterios, que quedará anticuada porque la sociedad está cambiando y ofrece nuevos productos de consumo.

Es preciso examinarse con sinceridad –en presencia de Dios y con la ayuda de otros- para ver dónde está el propio tesoro, cuáles son los intereses que ocupan más tiempo y energías, y si el afán por tratar a Dios y darle a conocer a los que nos rodean, es lo primero.




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