28 Nov, 2014 | Se le ha dicho de variadas formas que recapacite pero, sordo, prosigue su indetenible marcha hacia el barranco. En su inmensa mayoría, los especialistas responsables, de verdad seriamente preocupados por el inmediato futuro nacional, se están cansando de advertirle que, de fracaso en fracaso, el país por él desgobernado con sus desafortunadas medidas, se le está cayendo a pedazos. Tozudo, no le para a las voces que sí saben lo que ocurre y también cómo solucionarlo. Se niega a dejar ayudarse.

Impedido por las gríngolas que le puso Raúl, las mismas que Fidel le pusiera a Chávez, Maduro, el soberbio presidente-pueblo no puede ver para los lados. Por lo que avanza atropellando el razonamiento, la experiencia y la realidad que le gritan se detenga. Pero sólo escucha lo que le pautan desde La Habana y aquí implementa Borrego. No oye los gritos, ya, del pueblo nuestro desesperado de tanta cola, inflación, desabastecimiento, inseguridad, impunidad y corrupción. La sordera presidencial será culpable mañana, entre otras miles de causas, de la derrota que recibirá. Si el CNE, como debería ser, resulta integrado por ciudadanos de verdad honorables que lleguen allí para respetar los votos. Y al TSJ magistrados que no obedezcan a Miraflores ni al partido oficialista sino exclusivamente a su conciencia. No quienes dejaron ayer su militancia para el disimulo.

Pero hasta horas antes de postularse para una y otra de las dos instituciones, que se supone independientes del poder central, fueron ministros y ministras del desgobierno rojo. Si es lo contrario, pues seguirá empeorando la situación. Hasta que nos hundamos todos. Ciego, jura que todo marcha bien, muy bien. Porque así se lo aseguran sus enroscados y genuflexos ministros. Y como el BCV, violando la ley, ahora no divulga cifras reales sino las maquilladas para disimular en algo el gigantesco barajuste, el monumental desastre, el presidente miente por culpa de los que a él le mienten. Y lo hace con toda la tozudez posible en quien, sin importarle lo que ocurra, desbocado y ofensivo, culpa a los líderes empresariales y políticos de filiación democrática de la guerra económica que él mismo decretó.