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José Rosa Acosta, esencial
Sólo en nuestro país, gracias a una burda historia oficial de la literatura, se abortan libros de falso lirismo por nuestros premios nacionales.
Ramón Ordaz / rordazq@hotmail.com

30 Oct, 2014 |Hay quienes se pasan la vida entera escribiendo poesía, libros por aquí y por allá, hasta que los doblega la curva del tiempo y los conseguimos, balbucientes y desorbitados, dando pasos embarazosos porque por la porosa existencia se ha escapado todo, porque ante las inevitables ruinas de la edad las respuestas esenciales no hallaron cobijo en esos aleros humanos donde era de suponerse que las palabras obrarían desde esos "elegidos" con la majestad del oráculo.

Sólo en nuestro país, gracias a una burda historia oficial de la literatura, se abortan libros de falso lirismo por nuestros premios nacionales. Leer los últimos libros de esos oficiales poetas nos hace sentir cierto rubor por nuestro pasado inmediato. En ausencia de los maestros, ahora pujan ellos, y lo que arrojan apenas da para una breve historia de la escatología. Podríamos citar una lista de fundamentales poetas de nuestra lírica nacional o de autores allende nuestras fronteras. Pero con un botón local basta.

Es el caso de José del Carmen Rosa Acosta, autor de unos cuatro poemarios y algunos poemas sueltos que dan fe de una obra bien labrada, de un artífice que sin alardes cosechó su obra poniendo a navegar su espíritu entre la percusión del cadencioso marullo de las playas de Pampatar. Sus vivencias infantiles entre pescadores, su ejemplar magisterio, ejercido a la usanza de lo que fueron esos auténticos maestros del pasado, lo condujeron a ejercitarse en el dominio verbal, a la búsqueda de la expresión más ceñida a un propósito lírico con la misma soberanía de ejercicio como lo pudo haber hecho cualquier poeta de estirpe castellana en nuestro continente.

Es una cuenta pendiente de la literatura local y nacional la revisión y lectura crítica de su obra. No hizo lo suficiente Efraín Subero, más allá de las amorosas y comprensivas páginas que le dedicó. Poeta "espontáneo", "telúrico", "inspirado", nos dicen poco ante una obra que tiene vertientes ocultas, intuiciones reveladoras de alguien que hurga en lo profundo, que si bien está tocado por el poder predictivo de la palabra poética, de ciertos estados de infuso saber, no es menos cierto que detrás de su obra está el taumaturgo que en la hora más secreta trabaja con impecable don la materia que le concierne.

"Viaje", ese poema de 1968, está calzado por el desasosiego, por la premonición de lo que casi medio siglo después desdibujó el paisaje y el hombre de la isla, y que desde esa larga marcha el poeta no ha regresado todavía; "Entierro y rescate del náufrago", feliz síntesis de un relato que nada tiene que envidiarle a "El ahogado más hermoso del mundo", de Gabriel García Márquez; o el poema "Imagen", exvoto conservado en la iglesia del Cristo del Buen Viaje, a la manera de los himnos que se recitaban en los santuarios de los iniciados de la antigua Grecia; son, entre otras, evidencias de un esencial poeta de Nueva Esparta.




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