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Educación, filosofía y tecnología
La escuela en su “educación” representa el fracaso que vivimos en nuestra realidad. Una realidad, que en algunos casos, intenta camuflarse en alocuciones, promesas o documentos, mientras la historia en su eterno presente multiplica las contradicciones sociales.
Javier Antonio Vivas Santana / @jvivassantana

1 Oct, 2014 | Pasa un año escolar, llega otro. No obstante, en la escuela el tiempo no pasa. Iguales contenidos y actividades que buscan un mismo “aprender”. En los espacios de ese “aprender” continúa presente una corriente conductista cada vez más dominada por “currículos”, discursos, modas y estereotipos. El resultado siempre es repetido. Hemos terminado por consolidar un determinismo educativo que sigue condenando al resultado de una sociedad más irresponsable, más violenta, más intolerante, más inconsciente, menos ciudadana. La escuela se ha convertido en el ejercicio de una monólogo pedagógico. No terminamos por comprender que ésta no es sólo infraestructura y ejercicio docente.

Los libros han sido enterrados en las bibliotecas convirtiendo el polvo de sus cubiertas en la degradación de nuestros pensamientos. Los museos se encuentran abandonados de seres que interpreten su historia. Las texturas del pensar como la poesía, la música y la pintura sólo tienen un fin de sincronía cultural. La escuela perdió su escritura para el romanticismo, el deleite de la naturaleza. Las melodías disiparon su letra para encauzar un mundo mejor. La magia de los colores y contrastes sumergieron su luz en simples exposiciones. Ni siquiera la tecnología con sus “avances” ha podido rescatar el interés por las palabras, aquellas que desde la hermenéutica, la narrativa de la historia, la geografía, o la interpretación por las pinturas, esculturas, o el saber popular fueron protagonistas en el transcurrir de los espacios de la humanidad.

La escuela en su “educación” representa el fracaso que vivimos en nuestra realidad. Una realidad, que en algunos casos, intenta camuflarse en alocuciones, promesas o documentos, mientras la historia en su eterno presente multiplica las contradicciones sociales. ¿Cómo podremos vencer el dogmatismo mental, la ineptitud y el conformismo que actúa y rodea el quehacer ciudadano, cuya conformidad derivada en pasividad y hasta mediocridad social es la principal protagonista? ¿Acaso la escuela, vista como el corazón de una ciudadanía, no debería emerger con sus arterias hacia el resto de una sociedad llevando hacia ésta nuevos componentes y realidades contrarias a la anomia como degradación social?

En consecuencia, ¿cuál es el rol de la filosofía? Pudiéramos apreciar que salvo algún llamado a no emplear la tecnología para fines “guerreristas”, simplemente, quien fuera llamada madre de todas las ciencias, al (des)aparecer en el espacio tecnológico también se perdió en su cosmos. Resulta impensable hablar de filosofía y tecnología o mejor invirtiendo la prueba: tecnología y filosofía; es decir, son reaccionarias. Aquí pareciera que no caben ninguna de las dos en el mismo espacio, e irónicamente ambas copan el universo, toda la cosmología, y ellas en alguna medida, son dueñas de nuestro ser; la filosofía porque es quien debería marcarnos la pauta moral y ética de nuestras acciones existenciales para la vida, y la tecnología, porque la modernidad desde la lógica del capital nos ha impuesto esta forma de vida como indispensable para el quehacer social, educativo y político. Hay que buscar otro camino pensativo.




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