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Entretelones de la crónica
Hay crónicas de crónicas, historias de historias, todas fundamentales en el contexto de donde salieron.
Ramón Ordaz rordazq@hotmail.com

18 Sep, 2014 | Gracias a la imaginación han construido los pueblos sus mitos, sus tradiciones, su folclor, sus monumentos, sus espacios públicos, sus valores y la historia que los consagra; pero lo cierto es que esa historia siempre se está reescribiendo. Este simple hecho justifica el testimonio de los contemporáneos, vale decir, la palabra de los cronistas, de los poetas y narradores, de los cantores y cultores populares, y en general de todo ejercicio de la palabra que se materializa como testigo.

Hay crónicas de crónicas, historias de historias, todas fundamentales en el contexto de donde salieron. No fue un simple capricho de Azorín el proponerse rastrear en su hora, ir al encuentro de aquellos lugares que, según Cervantes, recorrió don Alonso Quijano, el Bueno, en sus distintas salidas; búsqueda que reportaría José Martínez Ruiz como La ruta de don Quijote (1938).

No deja de ser una aventura memorable recorrer, transcurridos más de tres siglos, aquellos parajes castellanos por donde anduvo deshaciendo entuertos el ahora eterno personaje de ficción, trastocada su memoria por aviesas lecturas, conocido también como El Caballero de la Triste Figura. En una de sus tantas idas y paradas, pregunta Azorín al médico de Puerto Lápice: “¿Es verdad que existe en Puerto Lápice aquella venta famosa en que fue armado caballero Don Quijote?” Entre dudas, contesta el interpelado: “-Esa es mi debilidad –me dice-; esa venta existe, es decir, existía; yo he preguntado a todos los más viejos del pueblo sobre ella; he recogido todos los datos que me ha sido posible…”.

La conversación entre Azorín y el médico y cronista del quijotesco pueblo concluye en una visita al lugar donde, según la tradición oral, estuvo la posada inmortalizada por Cervantes al ubicar en ella episodios inolvidables de Don Quijote de la Mancha. Realidad y ficción allí se borran; queda sí, esa sed de conocimiento, esa imparable curiosidad que tienen los hombres del presente por explicarse los hechos del pasado. No es vana la tarea de Azorín; él sabe muy bien que ese recuento de la historia, fábulas y leyendas de por medio, es el camino más cierto para explicarse el temperamento español, la mentalidad y psicología de un pueblo que, quiéralo o no, lleva consigo huellas indelebles, a pesar de sus muchos avatares.

Tan sólo, haciendo énfasis en la brevedad y lo fragmentario, pretendemos interrogar y dar cuenta de la iluminada cercanía de nuestros semejantes bajo el haz de un doble amor: Leer al otro, a los otros, y escribir sobre el otro, los otros. Las huellas son múltiples y divergentes. La convergencia es asunto de la misa, y cuidado. Cada ser es único, enfatizaba Albert Camus, y como tal lo respetamos, lo que no priva que en la infinita interlocución podamos coincidir con él. Salir para encontrar, como el Quijote; cabalgar para trascender el tiempo, como el Quijote.




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