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Táchira: cielo e infierno
Ir a San Cristóbal para mí siempre ha sido un motivo de felicidad.
Carolina Jaimes Branger | @cjaimesb

1 Sep, 2014 | El viernes 22 de agosto, mis hijas y yo nos fuimos para el Aeropuerto de Maiquetía decididas a montarnos en el avión que fuera para llegar a San Cristóbal a celebrar el santo de una tía. Conseguimos pasajes sin pagar extra. Habíamos pensado irnos en carro, pero conocedores de la carretera –sobre todo el tramo del piedemonte de Barinas a San Cristóbal- nos desalentaron a que lo hiciéramos por el pésimo estado de la vía y la inseguridad.

Ir a San Cristóbal para mí siempre ha sido un motivo de felicidad. Es reencontrarme con los caros recuerdos de las vacaciones de mi niñez, con mi familia, mis amigos, con las "flores como esas grandes" de las que solo hay allá… El cielo, pues.

Pero si bien los recuerdos, la familia, los amigos y las montañas fueron –como siempre- fuentes de dicha e hicieron que valiera la pena el viaje, encontrarme con el infierno en el que se ha convertido el Táchira fue como una puñalada en mi corazón. El recibimiento en el Aeropuerto de La Fría fue una gigantesca valla con una foto y un pensamiento de Nicolás Maduro: "Cristo redentor se hizo carne, se hizo nervio, se hizo verdad en Chávez". Menos mal que no había almorzado.

El empobrecimiento de uno de los estados más pujantes del país es visible. Comercios cerrados, industrias quebradas. El "bachaqueo", un eufemismo para contrabando, es la actividad más lucrativa. Y todos con quienes hablé coinciden en que hay verdeolivas por detrás, hasta del motorizado que se cuelga de los hombros ocho litros de gasolina en botellas de refresco. ¡Y todavía hay quienes piensan que los militares son la solución!
Las carreteras están en total estado de abandono, pero llenas de vallas con loas a la revolución. El valor del trabajo, tan acendrado en el andino, se ha diluido gracias a las oportunidades de ganar dinero fácil de cualquier manera. La despedida fue de antología: un día entero en la pocilga que es el Aeropuerto de Santo Domingo (¿qué se habrán hecho los reales que asignaron para su remodelación antes de la Copa América?) y no pudimos regresarnos. Los pasajes los subastaban a la vista de todos, pero nadie decía nada. Era pagar o quedarse… y nosotras nos quedamos.

Regresé con la sensación de que había hecho un periplo dantesco, en el que visité el infierno, el purgatorio y el cielo, con más tragedia que divina comedia...




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