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20 de abril de 2024





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El margariteño: la vena invisible (1)
Tema interesante para un largo paseo por nuestra cultura, que no debería desembocar en los eternos lugares comunes de la manida idiosincrasia, en esas trilladas cantaletas que son parte, ya no de la insularidad, sino del gentilicio venezolano.
Ramón Ordaz rordazq@hotmail.com

30 Jul, 2014 | El profesor e investigador de nuestra cultura Francisco Castañeda ha abordado temas de sumo interés, en los que expone aspectos poco estudiados de nuestro pasado reciente, esas zonas en penumbras de la historia local. Sus indagaciones sobre el período prehispánico en Nueva Esparta y sobre la trascendental presencia de afrodescendientes en la isla de Margarita constituyen importantísimos aportes para una comprensión más cabal de nuestra cultura. Su más reciente crónica toca un punto sensible sobre el que cualquier descendiente de estas islas cree saber algo; tiene, con seguridad, algo que decir de esa herencia de nuestros antepasados.

Tema interesante para un largo paseo por nuestra cultura, que no debería desembocar en los eternos lugares comunes de la manida idiosincrasia, en esas trilladas cantaletas que son parte, ya no de la insularidad, sino del gentilicio venezolano. Ese ejercicio de “grandezas” que a veces da pena. Lo que sea digno de resaltar de nuestra identidad, ¡aleluya!, pero eludiendo siempre el preciosismo y la hipérbole. Aborda la fachada, el componente fenotípico, el profesor Castañeda. Nuestra mirada del tema no está en la superficie, tiene intersticios a los que no es fácil llegar.

Tiene la complejidad que él conoce bien como estudioso de la ciencia social. Sin embargo, a propósito de los términos a que hace referencia, quisiéramos contribuir citando las palabras que dio como respuesta el parnasiano Jacinto Gutiérrez Coll a uno de los fundadores de la Academia Nacional de la Historia, Marco-Antonio Saluzzo, cuando en el siglo XIX dialogaban sobre nuestro mestizaje: "Tres razas tristes", señalaba Gutiérrez Coll a Saluzzo, "pueblan la América española: la india, con la tristeza de la conquista; la africana, con la tristeza de la esclavitud; la europea, con la tristeza de la nostalgia". Si un hecho quisiéramos destacar de las palabras de Gutiérrez Coll es la significación de la "tristeza" que atribuye al componente étnico de nuestra nacionalidad.

La tristeza del hispano estuvo marcada por un hecho que advirtió Humboldt en tierras americanas: el olvido; de cómo los colonos vivían descontextualizados de su pasado metropolitano y las nuevas generaciones vivían carentes de recuerdos, perdidos en un mundo al que parecían no estar verdaderamente articulados. La tristeza del negro, siempre bajo la sombra hostil de la esclavitud, es vergüenza que se debate todavía. La tristeza del indio, para quienes hemos vivido muy cerca de ellos en tierra firme, es apreciable en los hiatos de su silencio, la voz queda y entrecortada, la conducta ladina, la huida permanente de su imaginario perseguidor.

En Nueva Esparta es otra la historia; hay particularidades que debemos discernir: interpretar cuánto hay de validez de esas "tristezas" en nuestro género humano insular.




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