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La muerte del aberrante
Todo gobernante debe comprender que si da muerte a la verdad, negándola, torciéndola u ocultándola, perecerá por la verdad que pretendió asfixiar. Porque la verdad no muere jamás…
Juan José Bocaranda E

17 Abr, 2014 | Hoy conviene traer a la memoria al prototipo de los gobernantes abyectos, que odian la verdad, la arrastran y la envilecen: Poncio Pilatos, protagonista negro de la Semana Santa…

El error es algo que puede cometerse aún con la mayor buena fe. Por ejemplo, la madre que, queriendo salvar la vida del hijo, le suministra un medicamento que lo mata. Por el contrario, la aberración no tiene excusa. La aberración y la buena fe son absolutamente excluyentes. "El error –dice Barcia- es falibilidad, la aberración es casi apostasía. El error se equivoca; la aberración quiere equivocarse". La aberración reniega, abomina, detesta, blasfema. Como lo hace el que se jacta y deleita en pisotear la verdad evidente y en asesinarla con la mayor vileza y a plena consciencia. Quien perpetra aberración perpetra un crimen de lesa verdad que gira en el ámbito de la locura moral… Nadie puede invocar a su favor la aberración ni aún apelando a sus "principios", porque por encima de todos los principios prevalecen los de la Ley Moral…

La aberración de Pilatos llegó al colmo porque estuvo en presencia del Gran Inocente y sin embargo lo entregó a sus enemigos, creyendo con cínica actitud que lavándose las manos quedaba libre del reclamo moral de la conciencia. Y cayó en tal abismo de desprecio a la verdad, que habiendo dicho a los judíos que no encontraba que el Nazareno fuera culpable, ni siquiera quiso escuchar a su esposa cuando le aconsejó: "Cuídate, Pilatos, de lo que hagas. No toques a este hombre de Galilea. Es un hombre santo. Si azotas a este hombre, azotas al hijo de Dios".

Ahora bien, ¿Cómo murió ese gran símbolo de la vileza? Según el "Evangelio de la muerte de Pilatos", sucedió así: Pilatos, por orden de Tiberio, fue preso y conducido a Roma. El César se llenó de furor contra él, y ordenó que lo llevaran a su presencia. Pilatos había traído consigo la túnica de Jesús. Apenas el emperador lo vio se apaciguó toda su cólera, y se levantó al verlo, y no le dirigió ninguna palabra dura y aunque en su ausencia se había mostrado terrible y lleno de ira, en su presencia solo mostró dulzura. Cuando se lo hubieron llevado, de nuevo se enfureció contra él de un modo espantoso, diciendo que era muy desgraciado por no haber podido mostrarle la cólera que llenaba su corazón. Y lo hizo otra vez llamar, jurando que merecía la muerte por no haber evitado la de Jesús. Y, cuando volvió a verlo, lo saludó, y desapareció toda su cólera. Y todos los presentes se asombraban, y también el emperador, de estar tan irritado contra Pilatos cuando salía, y de no poder decirle nada amenazador cuando estaba ante él. Al fin, cediendo a un impulso divino, o acaso por consejo de algún cristiano, le hizo quitar la túnica, y al momento se sintió lleno de cólera contra Pilatos. Y, sorprendiéndole mucho al emperador todas estas cosas, se le dijo que aquella túnica había sido del Señor Jesús.

El emperador ordenó tener preso a Pilatos y pocos días más tarde se dictó una sentencia que lo condenaba a una muerte muy ignominiosa. Pilatos, sabiéndolo, se mató con su propio cuchillo. Al saberlo, el César dijo: Ha muerto de muerte muy ignominiosa, pues ni su propio cuchillo lo ha perdonado. El cuerpo de Pilatos, sujeto a una gran rueda de molino, fue lanzado al Tiber. Y los espíritus malos e impuros, gozándose en aquel cuerpo impuro y malo, se agitaban en el agua, y producían tempestades y truenos, y grandes trastornos en los aires, con lo que todo el pueblo era presa de pavor. Los romanos retiraron del Tiber el cadáver de Pilatos, y lo llevaron a Vienne y lo arrojaron al Ródano. Y los espíritus malignos, reunidos en caterva, continuaron haciendo lo que en Roma. Y, no pudiendo los habitantes soportar el ser así atormentado por los demonios, alejaron de sí aquel motivo de maldición, y lo hicieron enterrar en el territorio y en ciudad de Lausana. Y, como los demonios no dejaban de inquietar a los habitantes, se lo alejó más y se lo arrojó en un estanque rodeado de montañas, donde, según los relatos, las maquinaciones de los diablos se manifiestan aún por el burbujear de las aguas”.

Todo gobernante debe comprender que si da muerte a la verdad, negándola, torciéndola u ocultándola, perecerá por la verdad que pretendió asfixiar. Porque la verdad no muere jamás…




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